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Labor. Empleados de una escuela preparan lo que será su presentación.EFE

Sambódromo, un deseo de las ‘escolas’ pobres

De 92 escuelas que desfilan en el festejo que para a Brasil, 27 lo hacen en el templo de la avenida Sapucaí. Otras 65 ocupan una desconocida pasarela

En Río de Janeiro, la ciudad donde el carnaval lleva la batuta, más de medio centenar de ‘escolas’ de samba que no pertenecen a las ‘grandes ligas’ trabajan con las uñas para brillar en sus desfiles y aspirar a un cupo que les permita estar entre las mejores. A dos semanas del Carnaval de Río, miles de disfraces reciben las últimas puntadas en los talleres de las 92 ‘escolas’ de samba que desfilarán este año en el tradicional festejo que paralizará Brasil del 17 al 22 de febrero. Pero solo 27, menos de la tercera parte del total, tiene derecho a desfilar en el sambódromo de la avenida Sapucaí, el templo de cemento donde se agotan las entradas para venerar a las más destacadas.

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Esta pasarela de 700 metros y con capacidad para unos 90.000 espectadores es el lugar reservado para las 15 escuelas de samba de la Serie Oro (segunda división) y para las doce del Grupo Especial, este último, categoría élite a la que pertenecen las más tradicionales de Río, como Salgueiro, Mangueira y Portela.

Detrás de ellas, otras 65 compañías de las categorías Plata, Bronce y del Grupo B, buscan brillar en desfiles gratuitos en la avenida Intendente Magalhaes, en una fiesta desconocida para el gran público, llamada como el Carnaval del Pueblo, donde luchan para conseguir un cupo para el sambódromo, o para acercarse a esa meta. La contienda para todas exige creatividad, originalidad, voluntad y dinero, pero en las categorías inferiores las dificultades son mayores.

El apoyo se concentra en las del Grupo Especial, cada una conformada por más de 3.000 personas y donde las esculturales ‘garotas’ derrochan energía con sus frenéticos bailes junto a inmensas carrozas que buscan atraer al público con la magia de sus efectos. Este grupo cuenta con beneficios fiscales, ayudas financieras y logísticas gubernamentales, además de una lluvia de patrocinadores privados que no se hace esperar.

Solo los subsidios de la Alcaldía en los últimos años rondan entre 200.000 y 400.000 dólares para cada una, más de diez veces lo asignado a una escuela de la serie Plata o Bronce.

A eso se suman los ingresos que consiguen con diversidad de eventos durante el año y el porcentaje al que tienen derecho por la venta de las entradas al sambódromo, donde cada boleta oscila entre 16 y 1.200 dólares.

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Se trata de una maquinaria empresarial que genera empleos durante todo el año e ingresos en la temporada turística y por eso es centro de atención de los aportes. “Son más o menos de 400 a 500 personas trabajando normalmente, pero en el pico pueden llegar a ser 900 o 1.000, porque además de las del barracón -donde están los talleres- tenemos personas que trabajan en la comunidad”, explica Edson Pereira, director general del desfile en la escuela Salgueiro.

Aunque las categorías más bajas también cuentan con algo de recursos públicos y apoyo logístico, la mayor parte del dinero que consiguen para los desfiles proviene del rebusque y la solidaridad.

“La dificultad es tremenda porque muchas empresas no valoran estas escuelas, no ven carnaval fuera de la Sapucaí”, asegura Darlan Santos, presidente de Académicos da Rocinha, ‘escola’ que hace parte de la categoría Plata.

Por eso las ‘ligas menores’ se las ingenian para sobresalir comprando, a precios más bajos, elementos ya usados por las del Grupo Especial, para reconstruirlos y darle una nueva vida en sus carrozas. Quienes integran las categorías inferiores aseguran que se requiere el doble de esfuerzo de las del Grupo Especial para poder ascender.

“No se puede pensar en pequeño”, aseguró Santos, quien ya ha llevado a Rocinha a las ‘ligas mayores’ donde sostenerse, dijo, exige profesionalismo. “Aquí usted le da más con el corazón”, enfatizó.

En el barracón donde varias de las compañías de la categoría Plata hacen los montajes de las estructuras para los desfiles predomina la solidaridad y no se ve el recelo que reina en la inmensa Ciudad de la Samba, donde se concentran los doce galpones de las ‘escolas’ del Grupo Especial. “La disputa es allá en la avenida, pero dentro de este barracón todos intentamos caminar juntos y empujar al otro para que no se quede atrás”, señala Santos.

En cualquiera de las categorías, sin excepción, la alegría es la nota dominante. Son cientos de miles de personas que desfilan cada año en el sambódromo o en la Intendente Magalhaes, la mayoría habitantes de favelas y comunidades pobres.

Fue allí, en los cerros donde se levantan sus hacinadas casas, donde nacieron, dos siglos atrás, los desfiles del carnaval.