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Santiago. Manifestantes enfrentan a la policía el pasado 9 de septiembre.EFE

Banda sonora de un estallido que plantó la dictadura y cultivó la democracia

Dos himnos ochenteros que se internacionalizaron mantienen su simbología casi intacta

En 1974, en pleno auge represor de la dictadura de Augusto Pinochet, el cantautor chileno Patricio Manns compuso en Francia, junto a otros exiliados chilenos, la canción ‘La dignidad se convierte en costumbre’ para alabar la resistencia y nobleza de aquellos sometidos a tortura y desaparición.

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Apenas una década después, con la Junta Militar golpeada por el descubrimiento de las violaciones de los derechos humanos, Los Prisioneros, grupo emblemático del rock chileno, cantaba ‘El baile de los que sobran’, una tonada que denunciaba el clasismo y la desigualdad que caracteriza el sistema ultraliberal aún instalado en Chile.

Iniciada la segunda década del presente siglo, ambos himnos se internacionalizaron con su simbología casi intacta: el primero fue asumido como propio por protagonistas del movimiento feminista en México y el segundo resonó en las reivindicaciones de corte social que emergieron en la distante Colombia. Y resurgieron poco después en el propio Chile como banda sonora y resumen ideológico del llamado “estallido social”, un movimiento espontáneo de protesta popular en favor de la igualdad de derechos y la justicia social del que este martes se celebra el tercer aniversario.

“El espíritu de octubre es la disconformidad, siempre subjetiva, crecida y madurada a medida que se profundizaba el régimen neoliberal y su éxito”, explica Manuel Canales, doctor en sociología y académico de la Universidad de Chile. “Octubre no se trata de un movimiento ideológico, inspirado en una visión o idea de sociedad. Tampoco de un movimiento organizado políticamente tras una estrategia de poder o control social. No es de izquierdas, ni mucho menos de derecha o de centro”, agrega Canales, autor del libro de referencia ‘La pregunta de octubre’ (LOM ediciones 2022).

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Para el experto, lo ocurrido hace un trienio, es el desenlace de las otras dos revoluciones que han tenido lugar en Chile desde que en 1973 el Ejército, liderado por Pinochet, derrocara el Gobierno socialista legítimamente elegido en las urnas y desatará un tsunami de represión cuyas heridas aún supuran.

“En las marchas de octubre se acrisolaron todas las protestas -como en los ochenta se reunían sin alarde los movilizados políticamente, los abúlicos, los deportistas, los volados y los religiosos”, prosigue Canales.

“El movimiento viene, sin embargo, de otro lugar. La revuelta fue liderada por un pueblo nuevo, es decir, por las generaciones nativas del régimen neoliberal. Lo suyo es generacional: son la primera cohorte, puede decirse, con el esquema neoliberal completo”, subraya.

Es decir, al contrario que en los setenta, donde la extrema pobreza aupó al Gobierno transformador del socilista Salvador Allende, el motor de la protesta en 2019 no fue la dicotomía entre ricos y pobres, entre los que dilapidan y los que no tienen para comer. El detonante fue la frustración de una clase social que ya dejó atrás la pobreza, que pasó por un escenario de progreso y fingida prosperidad en los primeros años de democracia, pero que de reprende fue consciente de que las opciones de ascenso social verdadero, a puestos de responsabilidad en el trabajo o la política, seguían en manos de los de siempre.