Osadía. Ni la presencia policial en los hospitales disuade a los sicarios.

En Mexico el ajuste de cuentas llega a los hospitales

En México, el crimen no se detiene a la puerta de los hospitales. Rematar a heridos ante médicos y enfermeros se ha vuelto una práctica común. La madrugada del miércoles 26 ocurrió en el hospital general Las Américas, en Ecatepec (1,6 millones de habit

En México, el crimen no se detiene a la puerta de los hospitales. Rematar a heridos ante médicos y enfermeros se ha vuelto una práctica común. La madrugada del miércoles 26 ocurrió en el hospital general Las Américas, en Ecatepec (1,6 millones de habitantes, Estado de México). El relato es simple. Por la noche, la Cruz Roja recibió un aviso: en la colonia Estrella de Oriente se había hallado un coche con dos heridos de bala. Cuando la ambulancia llegó, uno ya había muerto; el otro se estaba desangrando. Fue llevado al hospital. Pero al entrar, según las primeras versiones, un desconocido se acercó al paciente, sacó una pistola y lo remató. Para evitarse molestias, también disparó a un enfermo. Luego desapareció.

Los hechos repitieron una cadencia bien conocida. Hace dos semanas, le había tocado el turno al hospital público de Cosamaloapan, de Veracruz. De madrugada, dos camionetas pararon frente al centro. Un grupo de 10 sicarios descendió. La mitad redujo a los guardias de seguridad y el resto se dirigió a la habitación de Agustín Yescas Canela, tiroteado el día anterior. En la cama, lo remataron a puñaladas.

Los casos se cuentan por decenas y a veces terminan en matanza. Así fue hace cinco años en un hospital privado de Culiacán (Sinaloa). Los sicarios irrumpieron y no se detuvieron a preguntar. Acabaron con cinco personas a balazos. Cuatro eran extraños al ajuste de cuentas. Simplemente estaban en el pasillo cuando los asesinos fueron a buscar a su víctima, malherido en una habitación.

La mayoría de estos crímenes se diluye en la vorágine mexicana. Solo algunos adquieren significación con el tiempo. Eso pasó con la muerte de Crisóforo Rogelio Maldonado Jiménez, superviviente de una emboscada. La noche del 14 de diciembre de 2012 estaba ingresado en la unidad de terapia intensiva de un hospital de la Ciudad de México, cuando un hombre en bata blanca entró a visitarle. Llevaba una pistola con silenciador y le descerrajó dos tiros. Abdomen y tórax. Acababa de liquidar al líder del cartel de Los Rojos. Con ese crimen dio arranque una vertiginosa guerra entre Los Rojos y su banda rival, Guerreros Unidos, que acabó en pocos meses con más de 70 muertos sobre el asfalto. Una ola de sangre, que una mala noche de septiembre de 2014 atrapó en Iguala a 43 estudiantes normalistas, a los que Guerreros Unidos, según la versión oficial, hicieron desaparecer al confundirlos con sicarios de Los Rojos.

Hoy, la Cruz Roja, tras el ataque en Ecatepec, hizo un llamamiento al Estado para que le dejen seguir trabajando en condiciones de seguridad. Su enfermero, herido en una pierna, estaba fuera de peligro. Cuando recibió el tiro, trataba de estabilizar al paciente. Lo mataron delante de él.