Fin de los “castrati”
A fines del siglo XVIII intelectuales alzaban sus voces contra la práctica de la castración. Las ideas libertarias de la Revolución francesa y más tarde el propio Napoleón, impulsaron el inevitable fin de la práctica. El emperador admiraba y protegía al castrado Crescentini, el único, según se cuenta, que logró arrancarle lágrimas de emoción. Pero conquistada Roma, estableció en esta ciudad la pena capital para quien practicara la castración e instruyó a su hermano José, rey de Nápoles, para que en ninguna escuela ni conservatorio napolitano se admitiera a niños mutilados. La Iglesia modificó su actitud permitiendo en 1798 que las mujeres actuaran en los escenarios teatrales y el papa Benedicto XIV declaró que nunca era legal la amputación de cualquier parte del cuerpo, salvo en caso de absoluta necesidad médica.
En 1830, la despedida de Giambattista Velluti de los escenarios líricos significó la desaparición definitiva de castrados en la ópera. Además, en 1838 un tenor llamado Gilbert Duprès, cantando una función de Lucia de Lammermoor de Donizetti realizó un do agudo (“de pecho”) con voz y no con falsete. Esto causó un gran impacto y puso en evidencia que si el tenor cantaba los agudos con voz, imprimía más dramatismo a su canto y conseguía más intensidad emocional. Como el Romanticismo buscaba precisamente generar más dramatismo y emoción, empieza rápidamente a consolidarse la costumbre de que el tenor cante con voz, y la técnica de canto de los tenores empieza a evolucionar a fin de poder hacerlo, desplazando a los “castrati”.
En el Vaticano y en otras iglesias siguieron actuando, hasta que el papa León XIII en 1902, prohibió definitivamente a castrados en ceremonias eclesiásticas. Alessandro Moreschi, el último castrado, se retiró en 1913, siendo el único que pudo dejar el testimonio de su voz para la posteridad en grabaciones (se pueden escuchar por internet). En 1922, a los sesenta y cuatro años de edad, moriría olvidado por todos, hasta por aquellos que alguna vez le habrían gritado entusiasmados al oírlo cantar: “Evviva il coltello!” (¡Viva el cuchillo!).
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