
El hombre que escribe cartas de amor
No recuerda el nombre del que fue su último cliente. A veces, más que saber quiénes son, le interesan los sentimientos que obligan a ciertos individuos a encargarle que escriba una carta de amor que luego será dirigida a una persona determinada.
Y Freddy Nicola Rodríguez lo hace. Coloca de por medio sus cuarenta años dedicados a una profesión: calígrafo, y a los dones sentimentales con los que se contagió de tanto escuchar pasillos. “Es buena música y muy sentida, además”.
Tampoco hay que negar que sabe de qué se trata: a lo largo de su vida ha sido un enamorado incorregible. “He tenido tres mujeres. Con ellas tuve mis seis hijos”, comenta.
Es quizá el último dedicado a un oficio que parece extinto en un mundo donde las demostraciones de amor se mueven en un escenario tecnológico en el reinado de las redes sociales.
“No vivo de escribir cartas de amor. A pesar de que podría pensarse que la gente ya no envía este tipo de misivas, cada cierto tiempo alguien llega hasta mi puesto para que le escriba algo. Lo que sí me ha dado para vivir es el arte de escribir las invitaciones a los matrimonios. Eso también está relacionado con el amor”.
Nicola tiene oficina (sin paredes cercanas o puertas) dentro del centro comercial El Correo, en el centro de la ciudad. Ahí ocupa el puesto número 82. Sobre su mesa de trabajo, se amontonan sobres a los que debe colocar nombres.
“Me traen las listas de los invitados y me dedico a colocar un texto sencillo pero que debe ser muy elegante y escrito en letras Pálmer”.
Puede que lo emocione menos que aquello de escribir una carta llena de frases amorosas, pero es lo que le ha dado de comer desde que hace cerca de cuarenta años una pena de amor lo sumergió en una etapa de abandono.
Antes trabajó en diferentes oficios. Fue cantante de orquestas tropicales, laboró en una empresa que vendía computadoras en los tiempos que estas eran una enormes máquinas que no cabían en una habitación, y hasta fue supervisor de una multinacional de inspección aduanera.
“Terminé en el Correo, pero no soy un improvisado. Mi madre, antes que yo, ya había dejado un nombre aquí”, dice este pueblovejense, de 71 años.
Matilde Rodríguez era filatélica. Durante más de 60 años mantuvo un quiosco a un costado del edificio Correos del Ecuador, construido en 1944.
Cuando se quedó sin trabajo luego de esa etapa de nostalgia amorosa, recurrió a uno de sus gustos: la caligrafía.
“Estudié en el Andrés Mateus. Ahí me enseñaron la caligrafía Pálmer. Era una de las clases que más me atraían, por lo que me dedicaba mucho a practicarla”.
Sobre aquello de saber escribir cartas de amor, dice que en su época de músico creaba canciones. “Hay que tener inspiración para eso”.
Acepta que Internet, la tecnología y las redes sociales volvieron casi innecesarias las cartas. Pero también reconoce que los seres humanos no han dejado de enamorarse. “Esta semana, dos señoras a las que les gustó mi letra me contrataron para que les escriba unas cartas de amor que iban a dedicar a sus esposos. Algo así como para refundar todo lo que sentían por sus parejas de tantos años”.