
Fernando Savater: “reivindicar la identidad era propio de la extrema derecha”
“Solo integral”, el último libro del autor español, recoge las líneas principales de su pensamiento político expresadas en siete años de artículos de prensa
El caso de Brasil no es único: los extremismos han pasado a dominar el tablero político en naciones tradicionalmente democráticas. Las sociedades se polarizan, los populismos se encuentran en auge, el centro político se bate en retirada y la democracia peligra en todo el mundo.
Más que filósofo, se identifica con humildad como profesor de Filosofía. Autor de medio centenar de libros entre ensayos y narraciones, el español Fernando Savater (San Sebastián, 1947) es, sobre todo, un ciudadano. Y una autoridad cívica en su país y en Hispanoamérica, continente que conoce completo, con excepción de Bolivia. En bata y pantuflas, recibe a Diario EXPRESO en su departamento de Madrid, donde los libros se desbordan de los estantes y se amontonan en todos los rincones.
La extrema derecha está en auge en Europa y el populismo de izquierda retoma Iberoamérica. ¿Está la democracia en retirada?
No se puede generalizar porque no son lo mismo todos los países. No es lo mismo la amenaza a la democracia que tienen en Ucrania, que la que tenemos en España o la que puede haber en Estados Unidos. Hay países cuyas instituciones son sólidas, y claro, puede haber gobernantes que las desvirtúen y las malbaraten, pero no van a hundirlas. Un caso típico era Trump, que podía hacer una serie de tropelías desde la Presidencia, pero sabíamos que no podría ir más allá de cierto límite. No es lo mismo un personaje absolutista como Putin que un personaje como Trump que, quiera lo que quiera, encuentra unas instituciones que no se las puede saltar.
¿Pero no hay razones para pensar que el momento brillante de la democracia, que arrancó en la posguerra, llegó a su fin?
La democracia en este momento es una democracia de masas. La democracia se inventa en Atenas para un grupo de gente que para nosotros es muy muy pequeño. Aristóteles, en su ‘Política’, dice no se puede llamar polis, o sea ciudad, a cien personas, ni tampoco a cien mil. Ahora tenemos democracias de millones de personas y los sistemas para mantener el equilibrio y satisfacer las necesidades de todos no son fáciles. Y claro, hay un empuje populista porque en el fondo el populismo es la prisa de los ciudadanos por alcanzar cosas que se han prometido y a lo mejor exigen años de esfuerzo. La gente quiere que mañana empiece el paraíso.
El populismo, un producto latinoamericano, hoy se vende bien en Europa. ¿Se lo esperaba?
He viajado mucho por Latinoamérica, he estado dando clases en Venezuela, etc., y claro, había formas políticas que uno consideraba específicas de esos países. Uno decía: yo no voy a ver nunca un personaje como Chávez en Francia o en España. Y los hemos visto. Lo que sabemos hoy es que nadie está a salvo de situaciones que en principio no están previstas. Me gusta mucho la respuesta que dio el premier británico Harold McMillan cuando un periodista le preguntó qué es lo que le ha preocupado más en la política. Él dijo: “The events”. O sea, los sucesos. Lo que más preocupa es siempre lo que no te esperabas. En cada país, en este momento en Europa, hay una tendencia a las soluciones populistas, a la fragmentación, esta idea de una política de identidades, no de una política de apego a valores ciudadanos globales, sino de identidades en enfrentamiento. La gente no quiere ser merecedora de derechos y deberes por su ciudadanía, sino por su identidad con un grupo social, sexual, étnico...
¿El auge de las identidades pone en peligro los conceptos de ciudadanía y democracia?
Claro, porque el concepto de sociedad democrática, en su principio, era que los ciudadanos eran libres e iguales, sin distinción de sexo, de ideología, de filosofía personal o religiosa. La gracia de la democracia era que tú tenías tus derechos, pero nadie te preguntaba si eras mormón o si eras cristiano o cualquier otra cosa. Hoy, al contrario, los derechos se reivindican de otra forma: se pretende tenerlos por pertenecer a un grupo y negarlos a quienes no son de los nuestros.
La reivindicación de las identidades era más propia de la derecha, de grupúsculos de la extrema derecha, que de la izquierda. Lo que pasa es que ahora ambas confluyen.
¿Es coherente la deriva identitaria de la izquierda?
Como hoy el primer beneficiario del sistema, en el fondo, es lo que antes se llamaba proletariado, la izquierda tiene que buscar otros elementos sublevatorios. Pero la reivindicación de las identidades era más propia de la derecha, de grupúsculos de extrema derecha, que de la izquierda. Lo que pasa es que ahora confluyen. Aquí en España hemos llegado a grados ridículos, como la ley trans, que es un caso extremo.
¿Qué pasa con la ley trans?
La ley trans es un absurdo y contra los absurdos es difícil luchar, porque las personas que los aceptan han renunciado a la argumentación lógica. La idea de que uno puede elegir el sexo que quiera y cambiar según cómo le vaya en uno o en otro, pues es un absurdo. Recuerdo a alguien que denunciaron porque en el internet se presentaba como una persona de 40 años para ligar con mujeres y tal, y resulta que tenía cerca de 70. Y claro, el hombre decía: “Pero si yo me siento como una persona de 40 años. ¿Por qué no puedo ser una persona de 40 años?”. Bueno, esto que nos parece una broma, casi una estafa, se acepta con lo de la ley trans en una forma todavía más absurda, porque se enseña a niños que no tienen ni madurez sexual ni madurez mental para entenderlo.
Si derecha e izquierda confluyen en su defensa de las identidades, ¿tiene sentido seguir hablando de izquierda y de derecha en política?
La democracia no es de derecha ni de izquierda. Esto es algo que, sobre todo a la izquierda, cuesta mucho que le entre en la cabeza. La democracia es una combinación de valores socialdemócratas y valores liberales. En la producción, la democracia apoya las medidas capitalistas. En la distribución, las medidas socialdemócratas. Y en las costumbres y comportamientos, una mentalidad liberal. Y no hay ningún país hoy en Europa que no tenga esa combinación, no se admitiría. Pero claro, todo eso se ve comprometido por los planteamientos radicales identitarios, que desvirtúan ese funcionamiento.
Hoy la gente no quiere ser merecedora de derechos y deberes por su condición de ciudadano, sino por su identidad con un grupo social, una preferencia sexual, un grupo étnico...
Por lo que se sabe, a alguien como Putin le da igual financiar a un ultraderechista como Orban que a un izquierdista como Correa.
Putin ha entendido mejor, o antes que los demás, que eso de la izquierda y la derecha no tiene mucho sentido. Lo mismo que Hitler, por ejemplo, que apoyaba los movimientos identitarios que había porque debilitaban a sus países y a él lo que le interesaba era debilitar al enemigo. Yo creo que hoy uno puede tener una concepción democrática, pero que no sea ni excluyente de izquierda ni excluyente de derecha. Dentro de la democracia moderna, la izquierda es la que hace más hincapié en las medidas redistributivas que en las libertades públicas, sin suprimirlas. Y el liberalismo es más bien hacer hincapié en las libertades públicas individuales sin renunciar, por supuesto, a la redistribución. Y esa contraposición es normal y es necesaria porque compensa unas cosas con otras y hace funcionar la sociedad, o hasta ahora así ha sido.
Sin embargo, parece que las opciones de centro ya no funcionan.
En España lo único que funciona es el extremismo.
¿Terminará por resolverse todo entre Vox y Podemos?
El centro, aquí, funciona poquísimo. En España lo único que funciona es el extremismo. ¿Decidir entre Vox y Podemos? Si me lo pones así, me asusta. Hay mucha gente que está viendo un panorama así. Yo creo que no. Creo que hay mucho campo intermedio, muchas instituciones que de alguna manera están lideradas con personas que se llevarían el mismo sobresalto que me llevo yo al oír eso. Pero claro, ese tipo de izquierda estúpida que ve como fascista a todo lo que es derecha, está en esa posición. El ascenso de Podemos, en su momento, la gente lo aceptó. Los que habíamos vivido en América y sabíamos lo que eran los populismos americanos, vimos desde el primer momento que eso era un bolivarianismo de andar por casa. Pero casi 5 millones de personas votaron a Pablo Iglesias.
Había formas políticas que uno consideraba específicas de América Latina. Uno decía: nunca voy a ver a un personaje como Hugo Chávez en España o Francia. Y los hemos visto.