El bonsaista a cargo de un hospital infantil

El bonsaista a cargo de un hospital infantil

Ricardo Koenig Olive convive con sus 150 bonsáis, pasión que cultiva hace tres décadas. El argentino, presidente de la Benemérita Sociedad Protectora de la Infancia (BSPI), echó raíces en Ecuador hace 46 años y fue en Guayaquil donde de forma

Ricardo Koenig Olive convive con sus 150 bonsáis, pasión que cultiva hace tres décadas.

El argentino, presidente de la Benemérita Sociedad Protectora de la Infancia (BSPI), echó raíces en Ecuador hace 46 años y fue en Guayaquil donde de forma autodidacta desarrolló la técnica de sembrar árboles en maceta.

“El 80 % de los bonsáis son hechos por mí”, dijo a EXPRESO, con orgullo.

El consultor de marketing empresarial, vinculado a la publicidad (es presidente del directorio de la agencia Koenig & Partners, que hizo la campaña mundial All you need is Ecuador), a la Corporación Ser Paz y la BSPI es desde el 28 de enero de 2011 titular de esta última. La Sociedad Protectora, con sus 110 años de historia, es uno de los íconos de la filantropía guayaquileña.

Trabaja para ella de lunes a viernes, de 08:00 a 17:00 o 18:00. Un voluntariado por el que no recibe sueldo. Lo hace porque está agradecido por las oportunidades que tuvo en este país y porque es un reto sacar adelante a una institución con fines sociales.

La BSPI regenta al hospital León Becerra, el hogar de niños Inés Chambers Vivero y la unidad educativa San José Buen Pastor. En la casa de salud atienden, a diario, a 300 personas (240 niños y el resto adultos). En el hogar viven 80 niños y en el plantel estudian 280 alumnos.

Koenig tiene sus bonsáis en su casa de La Puntilla, en un jardín dividido en dos: a la entrada se encuentra una parte de su colección y alrededor de la piscina está el resto. Allí instaló su mesa de trabajo, con un plato giratorio, y sus pinzas, espátulas y tijeras para la siembra, el diseño y la poda.

Sus ojos azules se encienden al presentar a sus ficus, samán, beldaco, ceibo, naranjo, manzano, ciruelo, mango macho, ‘cabeza de vieja’ (de abundantes y desordenadas hojitas) y otros.

Su árbol más alto mide 70 centímetros.

Están sembrados en macetas de cerámica, solos y en pequeños bosques; algunos identificados con letreritos con el nombre de la especie y el año en que los sembró.

El primero fue una veranera que aún conserva y da flores fucsias. Este provino de una rama de 3 metros, que él convirtió en bonsái.

“El bonsái tiene que tener las mismas características de un árbol grande, pero reducidas. Tu cortas la raíz madre para que no siga el desarrollo y tiene que ver con la poda y las formas que les quieras dar. Hay formas clásicas dentro del bonsaísmo o te pones creativo y le das otras que te gusten”, señaló Koenig a este Diario.

Su favorito es un ombú, típico de la pampa argentina.

No forma parte de ningún club o sociedad de bonsaistas. Tampoco participa en concursos ni exhibiciones porque tendría que poner a la venta a sus engreídos y no está dispuesto a separarse de ninguno de ellos.

Está siempre atento y listo para encontrar nuevas especies. “Voy por el carretero, veo un árbol que me gusta y corto una ramita, los que se dan de rama, porque hay otros que son de semilla”.

Ricardo Koenig duerme solo cuatro horas diarias. Antes del amanecer pasa revista a sus bonsáis. Además, fuera de temporada invernal les dedica la mañana y, a veces, también la tarde del sábado o trabaja en ellos los domingos.

Pero esta temporada playera la disfruta en familia, en una casa en Punta Blanca en la que se reúnen 21 personas: Su esposa Cecilia Dupont, sus hijos Carolina y Juan Manuel (nacidos en Argentina), Maximiliano y Luciano (ecuatorianos) con su yerno, nueras y sus 11 nietos: 9 niñas y 2 niños, prueba de que vive en un matriarcado, bromeó.

“A las 04:00 a 04:30 ya estoy levantado, leo los periódicos y salgo al patio. No tengo un orden, empiezo a caminar y al que veo que se está saliendo un poco de la huella, saco la tijera y listo. Pero no lo hago todos los días con todos los árboles sino que en el recorrido algunos como que te llaman y dicen ‘acá estoy’ y lo podo, lo acomodo”, señaló.

El bonsaista cuenta con su “mano derecha” para el cuidado de su colección: José Moreira, expandillero de Nación de Hierro, quien vivió con los Koenig Dupont luego de dejar las calles. Hoy es chef y maestro pastelero.

“Yo soy bastante apasionado en las cosas que hago. Tienes un trabajo, tienes una afición, tienes que hacerlo con ganas. Dicen que cuando tú no le pones afecto a los árboles se te secan, no me gusta tener árboles secos”, dijo Koenig, en forma literal y metafórica, haciendo gala de su elegante acento argentino.