Con Alejandro Castillo y Mario Pineida, talentos de la vieja escuela
Castillo al adversario le respira y lo deja sin aliento; fuerte vehemente, expeditivo y emprendedor. Su temperamento no se detiene jamás. Corre con sentido, hacia delante, hacia atrás, hacia los costados y llega a tiempo. Está en su naturaleza ver desafíos donde hay un problema. Se lo ve en área propia cuando hay que defender y visita la contraria cuando debe ser soporte en ataque. Volante con despliegue y técnica. Cuando se proyecta lo hace con determinación. Bien en lo físico; con la inexorable precisión de su anticipo para llegar primero. Con su capacidad de recuperación para volver a tomar contacto con la jugada cuando lo superaron. Castillo cabeceando es técnicamente bueno. Coordinación muscular: giro de cuello, impacto rápido en la disputa de aire. Maneja el argumento más viejo y más simple del fútbol: el pase recto al claro.
Pineida marca fuerte, incluso en una cuerda que no está en su repertorio: zambulléndose o barriendo en el rechazo apremiante de última instancia. Mide bien la cobertura, calculando la distancia que queda entre el extremo rival y él. Retiene muy poco la pelota y no se va nunca del partido. Intercepta y entrega, recibe y vuelve a entregar. Le dejan la raya libre y aparece su mejor atributo: pasar al ataque. Se va bien con la pelota y sin ella. Tiene pureza de manejo. Regula el ritmo de carrera cuando la jugada viene por la orilla opuesta a su posición, mostrándose para el cambio de frente. Su gambeta es una combinación de control de pelota, movimiento de cuerpo, equilibrio, anticipo, aceleración, a las cuales agrega confianza y un toque certero. Sin toque no hay espacios. Pineida la tira al sitio justo, sin mirar, y deja a un compañero en posición de gol. En dribbling su fuerte está en el esquive largo, explotando su pique. No es pisador de pelota. Su tiro a gol es temible desde la lejanía, podría ser sobresaliente si fuera siempre a buscarla con la misma fe. Técnicamente completo, arriba y abajo; sobre cualquier perfil. Sin caídas de tensión que lo lleven lejos del partido. Nunca amurado y solitario contra la raya lateral; pesa en medio. Juega calibrando el sentido de lucha. Desarticula defensas impenetrables. Su rapidez está donde vale, en su imaginación.