Quito

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La inversión pública ha ayudado a que compañías como Teatro Ojo de agua involucren a moradores de la Comuna Chilibumbo-Marcopamba-La Raya en un centro cultural barrial.Franklin Jácome

“El Metro debe mover anclas de la oferta cultural”

Gestores creen que programas como ‘Bibliometro’ o ‘Arte en el Trole’ podrían replicarse La inseguridad es un lío pendiente. 

El Teatro México, en el centro-sur de la ciudad, es administrado por la Fundación Teatro Nacional Sucre. Suele tener una oferta distinta, pero eso no alcanza para que convoque a gente de su propio barrio. En esa apreciación coinciden gestores de la Red Cultural del Sur.

Nelson Ullauri volvió hace un mes al Teatro México desde su casa, en La Magdalena, porque no quería perderse un concierto tributo a Los Kjarkas. “La infraestructura es de primera”, afirma, “pero no veo que el comité barrial o los jóvenes tengan alguna incidencia ahí”.

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Fabiano Cueva y Antony Lozada -realizadores de la serie documental ‘Destellos de Comunidad. Memorias del sur de Quito’- reafirman que ese teatro es un espacio extraño para su vecindario, Chimbacalle. “Son lugares ajenos a la comunidad”, dice Fabiano, “debe haber un tejido que lo sostenga, que lo vuelva entrañable”.

Nelson ha trabajado durante siete meses en el programa distrital de gestión comunitaria sobre la problemática de centros culturales de Turubamba, Cotocollao o Calderón y explica que “ese Quito profundo, no solamente urbano sino rural, muestra carencias de fomento para infraestructura ociosa”.

Espero que con el Metro se logre solucionar el tema de las grandes distancias que impiden asistir a eventos públicos.Daniel Rivera, máster en Gestión Cultural
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Levantar un teatro

Hace dos años y medio, la compañía Teatro Ojo de agua inauguró el Centro Cultural Marcopamba, en la casona de la comunidad religiosa Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, al suroccidente de Quito.

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La experiencia que ha tenido la compañía de los actores Roberto Sánchez, María Elena López, Irene Villacrés y Cristian Jácome es nómada. “Nuestra dinámica ha sido llegar a los lugares y transformarlos”, resume María Elena y diferencia los sitios de la ciudad en que han trabajado: “en el norte se encuentran disgregados los espacios artísticos pese a que la oferta cultural es mayor; en cambio, en el sur tenemos esta dinámica colectiva”.

La convocatoria a las funciones la dirigen a través de redes sociales, pero también con perifoneo y actividades que incluyen conciertos, proyecciones de películas y talleres de lectura o escritura en los que participan niños, jóvenes y adultos mayores.

Pensar en la cultura como transformadora de personas es posible desde espacios que “buscan réditos sociales -comenta Roberto-: nos hemos dado cuenta que la gente lo que necesita es acceso a las artes”.

El Metro y la seguridad

Los límites para el acceso al Teatro en Marcopamba tienen que ver con la movilidad y la inseguridad. Al tránsito caótico de la avenida Mariscal Sucre, se suma la poca iluminación en calles secundarias y, como en otros barrios quiteños, los horarios del transporte público inciden en la demanda artística.

Para el gestor cultural Daniel Rivera, sectores del sur como la Michelena o ‘La Jota’ “se mueven comercialmente; pero caminas dos cuadras más allá y encuentras una ciudad solitaria, sin nadie en las calles. Eso te lleva a un escenario: ir a cualquier actividad cultural implica un costo de movilización”.

Sin embargo, el inicio de funciones del Metro de Quito no ha incluido una activación cultural. En Santiago de Chile, adonde Daniel acaba de viajar, hay todo un sistema de dispensadores de libros llamado ‘Bibliometro’. Considera que esta propuesta se podría replicar. “Las estaciones del Metro deben mover las anclas de las artes en los espacios públicos de la ciudad”.

Nelson Ullauri recuerda el programa ‘Arte en el Trole’ (2006), “un convenio con el que dotamos de contenidos artísticos a las estaciones... ahora puede articularse como ‘Arte en el Metro’”, concluye.

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