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El golpe más barato de la historia

Avatar del Roberto Aguilar

El complot tiene un debido proceso. Y porque lo tiene (hay que nombrar comisiones y someter a votación una serie de mociones) los complotados pretenden que no hay complot

Cuatro tipos: basta con ganarse la voluntad de cuatro. En otros tiempos, con otras constituciones, antes de que existiera este engendro llamado Consejo de Participación Ciudadana, el famoso hombre del maletín por lo menos la tenía más difícil: había que garantizarse la mitad más uno de los integrantes del Congreso. Ahora, basta con los cuatro que hacen mayoría en el engendro. Cuatro que, además, son unos perfectos desconocidos. Gente sacada debajo de las piedras, como Sofiíta Almeida, que a duras penas sabe leer, resulta electa y luego uno se entera de que ha sido la sobrina del Guacharnaco Almeida, el más impresentable de los asambleístas socialcristianos, tanto que hasta sus compañeros de bancada, cuando lo oyen nombrar, miran al techo. ¿Alguien recuerda cuando Sofiíta era candidata y qué decía? ¿Alguien votó por ella con plena conciencia de lo que estaba haciendo? Sofía Almeida es nadie y terminó presidiendo el organismo del que dependen todas las autoridades de control del Estado. Antes de ella estuvo Christian Cruz, el karateca con el 81 por ciento de discapacidad. Y antes de él, el cura Tuárez, que terminó preso por asociación ilícita. Vistosas personalidades que, para el hombre del maletín, son pan comido.

Así que cuatro de esos. Con cuatro de esos, cualquiera (léase Correa, léase Nebot) lo controla todo: Fiscalía, Contraloría, Procuraduría, superintendencias... Y resulta que, juntos (Correa, Nebot y, con ellos, Iza) tienen tres. Deben darse contra las paredes por el que les falta. He ahí el origen de la terrible crisis que vive la Asamblea Nacional. Porque para alzarse con el que les falta necesitan echar a los cuatro que no tienen, sustituirlos por otros y buscar, entre ellos, uno. ¿Pan comido? Sí, pero primero, para echar a los cuatro, hay que enjuiciarlos políticamente. Y para enjuiciarlos políticamente, hay que bajarse a la presidenta de la Asamblea, que no ayuda, y a la Comisión de Fiscalización, que no controlan.

Se trata, claramente, de un proyecto de impunidad, como la mitad de lo que hacen los complotados socialcristianos, correístas y disidentes de Pachakutik (o sea más correístas): amnistías, archivo del proyecto de ley para reglamentar el proceso de repetición, juicio político al contralor... Aquí todo consiste en cuidarse las espaldas. Unos porque están ya sentenciados y prófugos, otros porque lo van a estar ya mismo... Desde que la Fiscalía se alzó con el disco duro de J. J. Franco, Jaime Nebot debe sentir como que tienen su alma prendida con tachuela en un corcho. Así que impunidad es el juego. El plan de los complotados (el asalto en la Asamblea, la destitución de la mayoría del CPCCS, el nombramiento de las autoridades de control más convenientes) sigue, claro, un debido proceso. Y porque lo sigue (hay que nombrar comisiones, someter a votación una serie de mociones, llenarse de razones jurídicas) los complotados pretenden que no hay complot alguno. "Cuando uno se respalda en la ley es una locura acusar a eso de conspiración", dijo ayer en la Asamblea Pabel Muñoz, de quien se esperaba al menos más cultura general. Porque golpes de Estado constitucionales existen, al menos, desde Napoleón (recuérdese el 18 Brumario, modelo de todos los cesaristas que en el mundo han sido, Pabel incluido). Lo nuevo es que nunca resultó tan barato. ¡Si Napoleón hubiera tenido que comprar nomás a cuatro!