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Rafael Oyarte: Fujimori

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Fue indultado ya octogenario, lo que no se ejecutó por imposición de la Corte Interamericana de Derechos Humanos

Cumplida la mayoría de edad fui a Perú. Eran los tiempos del primer gobierno de Alan García, el Caballo Loco, que lo mejor que hacía eran sus discursos, propios de un ‘pico de oro’. No entendía cómo la gente podía sobrevivir en un país donde el dinero se contaba por miles y pronto en millones, pero que se hacía sal y agua en las manos. Un lugar donde había escasez de todo pues nadie producía: eso era imposible frente a las actividades especulativas. Conocí una Lima lúgubre, donde la gente caminaba cabizbaja y tensa, esperando un bombazo senderista, pues el terrorismo hacía a sus anchas en el país. No se veía luz al final del túnel.

En las elecciones del 90 todo parecía dado para la llegada del liberal Mario Vargas Llosa. Un candidato de apariencia tímida, vestido de tecnócrata, salió de la nada. Un japonés al que, como a todo el que tiene rasgos asiáticos se le llamaba ‘Chino’, inauguraba el discurso contra la partidocracia, que luego copiaron Chávez y sus satélites. Fujimori fue un nombre que aprendimos muy rápido. Un pragmático que fue capaz de mentirle al electorado, atacando el proyecto de ‘shock’ de Vargas Llosa y que ya en el poder lo aplicó sin lástima. Era lo que había que hacer. La cosa estaba tan mal que la gente aceptaba el sacrificio, pero no la clase política, que veía mal a este aparecido. Logró tal apoyo en relativamente corto tiempo que rompió la Constitución al disolver el Congreso, decisión apoyada por una gran mayoría. El Chino sacaba al país del lodazal, derrotando la hiperinflación, reinsertando al Perú en el concierto financiero internacional, del que era un paria, y luchando con denuedo contra el terrorismo. El poder le quedó gustando, llegando a usar el conflicto con nuestro país con fines electorales. La gente lo aceptaba, era invencible, en apariencia.

Luego de una década, muchos estaban cansados. El fraude en las elecciones de 2000 fue la gota que derramó el vaso. Asume y, pocos meses después sale del Perú, renunciando por fax. Se destaparon casos de corrupción, vuelve al país extraditado, siendo condenado por delitos de lesa humanidad. Fue indultado ya octogenario, lo que no se ejecutó por imposición de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El Tribunal Constitucional le ha salido al paso, ordenando la libertad del expresidente. Eso será materia de otro escrito.