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Los precios justos

Avatar del Paúl Palacios

No pocas personas se sorprenden y molestan por la proporción del valor que paga el consumidor final al productor primario; pero hasta ahí llegan

En las dos columnas anteriores he escrito sobre precios y mercados. En esta columna buscaré una reflexión sobre la justicia y equidad en la compensación por el valor agregado que contiene un producto.

Empezaré por el ejemplo clásico de la indignación que sufren algunas personas al pagar $5 por una taza de café de alguna cadena famosa en algún lugar del mundo, cuando el café ahí contenido solo le reporta 3 centavos al agricultor de su país, quien lo produjo. Para entender lo que ocurre es indispensable abstraernos de nuestra preferencia sobre cómo debe ser compensado alguien por su trabajo y reconocer que los precios son una decisión libre del valor que percibe quien los paga. La confluencia de múltiples personas por esa calle de Nueva York con la necesidad de tomarse un café, las limitadas localizaciones para establecer el restaurante, el costo que significó construir la marca en el letrero sobre la puerta, la logística, los sueldos de quienes atienden el local, el proceso y la publicidad, el tostado con esa receta patentada, etc., quizá no sirvan para atenuar la indignación. Total, no importa que se explique una y otra vez que los precios reflejan la escasez o abundancia, sino que deben reflejar el esfuerzo.

Nos podemos pasar la vida clamando por mejores precios para el productor, pero con nuestros hábitos diarios de consumo ratificamos las cosas como son. ¿Queremos hacer algo que vaya más allá de la indignación o de la actitud populista para mejorar la vida de nuestros productores? Bueno, aceptemos en primer lugar cómo funciona el mundo, y reconozcamos que lo que se valora es la diferenciación y el agregar valor entregado al consumidor. Trabajemos en mejorar la calidad percibida por quien la paga, construyamos y vendamos adecuadamente la historia detrás del producto y busquemos nichos que paguen por ello.

Aquí se producen chocolates que ganan concursos internacionales, así como otros muchos productos de clase mundial; ellos no claman por precios “justos”, los construyen y los obtienen.

Si la historia fuera distinta, el indignado de la taza de café no se la tomaría.