El voto nulo tiene sus topos

"Nadie es tan ingenuo para creer que, tras la promoción del voto nulo, no hay movidas electorales"
El voto nulo es ahora el punto de convocatoria para los seguidores de Álvaro Noboa y otros políticos que, habiendo querido competir, se quedaron por fuera. Uno de ellos es Fabricio Correa. El sueño que venden es lograr el 40 % de votos nulos, para invalidar el proceso y forzar al CNE a llamar a nuevas elecciones. En ese escenario, es obvio, hay voluntarios a apropiarse de los efectos que esperan fabricar: minar el proceso, convertir el sentimiento de rechazo en tendencia política mayoritaria, transformar el voto nulo en el anticandidato por excelencia de la elección y contabilizar todo lo que puedan -votos nulos, blancos, abstencionismo- con un solo fin: declararse ganadores de las elecciones. En principio, el voto nulo parece una empresa atractiva para aquellos que, desde los márgenes políticos, desean estar presentes en la elección sin haberse expuesto a ser contados. O habiendo querido entrar por la ventana.
Esta empresa es política. Y empieza por confundir al electorado haciendo creer que el voto nulo puede ser considerado como un candidato más. Es decir, que bastaría con obtener 40 % de nulos para que ese fantasma, convertido en actor político con dueño, sea considerado el ganador indiscutible de la elección. Así, en vez de segunda vuelta, el CNE tiene que decretar la nulidad del proceso. Es inexacto. El Código de la Democracia, en su artículo 147 numeral 3, es claro: se declarará la nulidad de las elecciones “cuando los votos nulos superen a los votos de la totalidad de candidatas o candidatos, o de las respectivas listas, en una circunscripción determinada, para cada dignidad”. No basta, entonces, con obtener el 40 % de votos nulos. Los votos nulos deben superar la totalidad de los votos de todos los candidatos que participen, en este caso, en la elección presidencial.
Eso está lejos de ocurrir. Los sondeos, con los bemoles que suscitan y al margen de cómo reparten la intención de voto entre los candidatos, coinciden en que entre el 55 y el 60 % de los electores ya han decidido votar por uno de los 16 candidatos. Es verdad que la franja de votos nulos o blancos ha crecido. Pero la elección será en un mes. Y tradicionalmente el electorado tarda en decidir. Incluso un porcentaje nada desechable, según los propios sondeos, decide el día de la elección. En la fila.
El hecho cierto es que, según un estudio del Instituto de la Democracia, del CNE, sobre elecciones en Ecuador, prueba que desde 1978 el voto nulo no suma, en promedio, alrededor del 9 %. Ha habido casos excepcionales, como ocurrió en 2019 con los votos para el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. O con algunas prefecturas; la de Pichincha entre ellas. Pero Ecuador está lejos del escenario soñado por los partidarios repentinos del voto nulo. Y si bien es posible que el porcentaje de abstenciones suba con el coronavirus, es absurdo pretender dar una connotación política a la actitud de esos ciudadanos que, en muchos casos, se quedarán en sus domicilios en vez de exponerse en el recinto electoral.
Nadie es tan ingenuo para creer que, tras la promoción del voto nulo, no hay movidas electorales. Los amigos de Noboa quieren hacer creer que ese porcentaje, que piden abultar, es el que hubiera obtenido en las urnas. Fabricio Correa cree que así bloquea los “los carteles políticos”. Promocionar el voto nulo, en medio de esta atomización política, crisis fiscal y sanitaria y desmoralización ciudadana, solo sirve a debilitar la poca institucionalidad que queda. Una irresponsabilidad más de aquellos que, pudiendo competir e inscribirse a tiempo, no lo hicieron.