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Joaquín Hernández: El lugar de donde vengo

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Figura privilegiada del periodismo ecuatoriano y testigo relevante de los cambios del siglo
XX y comienzos del XXI.

¿Por qué se escriben memorias? Para escapar de la fugacidad y del olvido. El autor que puede reclamar que su vida ha sido cumplida y que pese a la falta que caracteriza a la existencia humana no tiene nada que reclamar, siempre busca que las personas y cosas con las que la ha vivido sobrevivan en la memoria. 

Las memorias son siempre un esfuerzo, un alegato generoso o desesperado por retener lo vivido aunque se declare la resignación ante lo inevitable. La pregunta por el sentido de la vida recorre las memorias. Diego Oquendo asume las suyas tras un largo recorrido: El lugar de donde vengo. Apuntes para ahuyentar el olvido, (Dinediciones). 

Oquendo viene en su libro de diferentes lugares. Uno puede ser el estrictamente biológico, sea la maternidad de la Loma Grande o la casa de la Numa Pompilio Llona del Dorado. Pero viene también del Quito -y el Ecuador- de las décadas más decisivas de su transformación como país: el prepetrolero, un tanto ingenuo, conventual, pero entrañable; al post, atrapado en una modernidad que no transforma a sus habitantes en ciudadanos y reúne desordenadamente logros y fracasos, ídolos y víctimas que no duran demasiado. 

Como periodista de prensa, TV y radio, recorrió todos los escenarios y sufrió los contrataques del poder. Pudo amedrentarse o pedir favores a gobernantes en nombre de simpatías personales o de ideales compartidos, pero no lo hizo. Su tono de inicio, preciso, polémico y a veces irreverente fue el de su generación, que despedía a una anterior que venía de los conflictos del siglo XIX y que celebraba entusiasta al nuevo país.

 Figura privilegiada del periodismo ecuatoriano y testigo relevante de los cambios del siglo XX y comienzos del XXI. Pero hay otro Oquendo, el que viene de la ‘saudade’ y que se compadece de todo lo que hay en el universo, y que asiste conmovido a los ciclos de vida y muerte. Lo persigue la búsqueda de la vida: cuando se remonta a los abuelos que nunca fueron tales, y cuando busca en sus hijos su metamorfosis. 

Ya no quiere actuar sino contemplar escogiendo un oficio solemne: el de sentarse en una cafetería para admirarse, repitiendo la misma pregunta: “¿vale la pena engañarse? El tiempo impone su agenda. La palabra torpeza menudea en sus páginas. El de Diego Oquendo no es un libro que deba leerse convencionalmente (de la primera a la última página) sino por partes, escuchando y meditando al personaje que viene desde diferentes lugares en un combate perpetuo por la memoria. En su desasosiego, como diría Pessoa, hay una complicidad generosa con sus iguales, sus hermanos.