Ana Palacio | La neolengua de Trump es una amenaza para todos

No son cambios meramente cosméticos, sino una señal para los inversores de que la sostenibilidad ha dejado de ser prioridad
Se dice que hace unos 2.500 años, a Confucio le preguntaron qué sería lo primero que haría si tuviera el poder absoluto. Su respuesta fue: “rectificaría los nombres de las cosas”. Con cambios en el lenguaje habitual, sugirió, podría guiar “los asuntos” y asegurar que “castigos y recompensas” fueran “adecuados”. Él entendía que el lenguaje no es solo descriptivo, sino también prescriptivo: moldea el pensamiento y el discurso, determina acciones y resultados. El presidente Donald Trump trata de poner el lenguaje al servicio de sus objetivos personales. Ha dictado órdenes ejecutivas para ‘rectificar’ el lenguaje de la gobernanza en Estados Unidos. Esto incluye prohibir al gobierno federal el uso de términos como diversidad, equidad, inclusión, crisis climática, identidad de género y otros relacionados con identidad sexual y racial, que en su opinión perpetúan una dañina ideología woke. Pretende determinar resultados apelando a reconfigurar narrativas, cambiar prioridades y eliminar verdades incómodas. Prohibir el término sostenibilidad destierra las inquietudes ambientales. Aunque algunos decretos de Trump coinciden con la opinión pública (la mayoría de estadounidenses rechaza la idea de que haya más de dos géneros), el impacto general es debilitar, politizar y desprestigiar conceptos que existen y líneas de investigación intelectual y científica valiosas. La represión lingüística de Trump ya ha servido al Departamento de Eficiencia Gubernamental dirigido por Elon Musk para rescindir contratos gubernamentales por unos mil millones de dólares, vinculados a diversidad, equidad e inclusión (DEI). Se ha eliminado cualquier referencia al cambio climático en sitios web gubernamentales, congelado ayudas a investigaciones que mencionen términos clima o disparidades raciales. Ya Walmart, Meta y McDonald’s han reducido los programas de DEI por temor a represalias de la administración Trump, también los principales bancos y fondos de inversión, y la extrema derecha europea ya repite la retórica de Trump. Su campaña lingüística puede influir incluso en empresas e investigaciones europeas con presión directa. Esta guerra lingüística amenaza a toda la comunidad internacional, que debe preservar la integridad de conceptos esenciales. La clave está en reivindicar sus nombres y posicionarlos como ideas universales, cuyos significados trascienden agendas políticas partidistas. La candidata obvia para tomar la iniciativa es la UE pero la Comisión Europea ha permanecido en silencio. A la UE le falta determinación para pasar de las palabras a los hechos, y para reivindicar los términos que Trump quiere borrar se necesitan políticas concretas. Así como la falta de compromiso de Trump con la OTAN provocó un muy demorado despertar político en Europa, sus ataques al lenguaje de sostenibilidad e inclusión deberían ser catalizadores para la acción de Europa en ambas áreas y, en un plano más general, para su reafirmación de liderazgo internacional. La alternativa (permitir que el futuro de Europa lo determinen las fuerzas populistas internas y la manipulación externa) es una receta para profundizar la vulnerabilidad y la fragmentación. Cuando las palabras pierden significado, pierden su poder para inspirar y unir.