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Personalidades a la carta

Avatar del Bernardo Tobar

Ya no expresamos lo que sentimos con nuestras propias palabras ni aprovechando la riqueza del idioma, sino que elegimos el meme

En su libro “Contra el rebaño digital”, Lanier describe cómo el protocolo MIDI, que se inventó para digitalizar la música, suprime ciertos sonidos que no encajan en la representación computacional, binaria por definición. Hay instrumentos musicales, como el violín, la trompeta o el saxofón, que producen variaciones de la nota según la posición de los dedos del intérprete o la presión de los labios en la boquilla u otras técnicas personalísimas en la ejecución, a diferencia de un piano, donde la percusión sobre cierta cuerda produce relativamente la misma nota, asumiendo que esté afinado el instrumento. Este es un ejemplo de tantos que ilustra por qué hay colores y tonalidades musicales que no encuadran con exactitud en una caja binaria u otra, quedando fuera de la representación digital. MIDI contribuyó a la difusión masiva de la música al precio de mutilar gran parte de las diferencias y matices originales de cada ejecución artística.

Me valgo de esta advertencia de Lanier para describir un fenómeno que se ha extendido hasta a la forma en que nos pensamos a nosotros mismos, etiquetando pensamientos, encajándolos en acrónimos e íconos, compactándolos para que no excedan el protocolo impuesto por las aplicaciones y redes digitales. Ya no expresamos lo que sentimos con nuestras propias palabras ni aprovechando la riqueza del idioma, sino que elegimos el meme, el emoji o el GIF disponible en la percha digital. Conversamos, en suma, a través de simbolismos prefabricados. Esto no sería mayor problema si la comunicación por las redes fuera circunstancial, para economizar el intercambio funcional, ven esta noche a cenar, confirmo la transferencia, no te olvides de comprar el pan, reunión a las 11. Pero la ley del menor esfuerzo ha trasladado también la comunicación importante, íntima incluso, al protocolo digital. La tendencia impone un catálogo curado por vaya a saber usted qué troles, con su respectivo acrónimo y emoji, para transmitir cada estado de ánimo, crisis, propuesta sentimental o itinerario existencial. Es un protocolo cuyo simbolismo prefabricado dificulta la autenticidad y suprime la marca personal.

Si el sistema educativo ya penalizaba la autonomía y el pensamiento independiente, el protocolo digital ha venido a ser un ladrillo más al muro del patrón existencial, parafraseando el popular título de Pink Floyd.