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El futuro del Estado-nación

Avatar del Bernardo Tobar

Con independencia de lo que digan las constituciones en el papel, el Estado-nación no es más el rector del cambio...

El proceso de transformación de la sociedad está marcado, entre otras innovaciones, por la inteligencia artificial (IA), que con un desempeño equivalente al humano en pocos años estará incorporada en muchos productos y en casi todos los procesos; la robótica, que traslada la potencia de la IA al mundo físico; redes 5G y sistemas satelitales que, a bajo costo, promueven un incremento significativo en la conectividad global de personas y cosas; la inmersión total en la realidad digital (Metaverso), incluida la capacidad transaccional con criptoactivos (Blockchain), habilitando dinámicas, modelos de negocio y abundantes posibilidades en todo, desde el comercio, la logística hasta la educación; el aumento de la expectativa de vida y las condiciones de salud, gracias a la ingeniería genética (CRISPR); energías limpias y renovables, vehículos sin conductor, agricultura vertical.

Con todos los miedos y riesgos que supone la revolución tecnológica en curso, al extremo que algunos líderes empresariales y académicos han pedido pausar el desarrollo de la IA, lo cierto es que vivimos uno de los períodos más fascinantes de la historia, uno influenciado y protagonizado casi exclusivamente por la innovación libre, la dinámica empresarial y la academia, y apenas por las autoridades políticas, que por regla general ni se enteran ni comprenden la disrupción tecnológica. La ficción del Estado-nación fue diseñada hace siglos y concebida para un mundo que se movía linealmente, cuando las cosas cambiaban a un ritmo porcentual, como la tasa de crecimiento de la economía. Hoy las organizaciones deben ser exponenciales, pues la tecnología permite multiplicar procesos y resultados por un exponente. Ya no es 10 %, es 10 a la décima potencia. Con independencia de lo que digan las constituciones en el papel, el Estado-nación no es más el rector del cambio, el agente principal del bienestar, el administrador del orden; conserva, eso sí, la potestad de entorpecer y la de hacer la guerra, la posibilidad de destruir, en suma.

El Estado-nación es cada vez más irrelevante. La sociedad está consumando, especialmente en el mundo que llamamos libre, un salto evolutivo al margen de los reguladores públicos, y en muchos casos a pesar de sus obstáculos. Parte de esta transformación con seguridad se expresará en sociedades que aprendan a convivir en paz bajo formas de organización apolíticas.