Premium

Bernardo Tobar: Los influyentes

Avatar del Bernardo Tobar

Lo sorprendente es que la gente se lo cree, tanto más cuanto mayor es la cuenta-púlpito en adeptos

En su poema Los justos, Borges afirma que están salvando al mundo esas personas ignoradas que cultivan su jardín, agradecen que haya música, acarician a un animal dormido, hallan placer en una etimología o prefieren que los otros tengan razón. Esta nobleza intelectual que rehúye toda figuración, que descubre la razón en el otro y la belleza, en una calle modesta o la luminosidad, en la penumbra, aparece en algunos personajes del autor citado y fue su rasgo personal. Este perfil, anterior al hervidero digital, antitético al del oráculo o al del influencer resabido que hoy florecen en las redes como los hongos en el bosque, nos interpela sobre la banalidad y la egolatría que sofocan la conversación colectiva.

Los cuatro factores del éxito, los tres venenos de la dieta, las cinco rutinas de la longevidad, los siete secretos de la pareja feliz y así, que cualquiera sabe hoy todo lo que hay que saber y lo difunde desde la plataforma en formato cápsula, receta universal -la caja de la igualdad- y estilo axiomático, de pretensiones palmarias y mínima extensión, a tono con el hábito de concentración atrofiada y salto de picaflor de la feligresía. Menos de un minuto por tema, a lo sumo, y a otra cosa mariposa. No hay que cargar tanto las tintas, sin embargo, sobre esos analistas y expertos que se ensalzan, graban y entrevistan a sí mismos hasta cuando pretenden estar entrevistando a otro, hábiles usufructuarios de la pereza mental de la parroquia, cuya demanda de pan y circo se limitan a complacer. Hay limones, hacen limonada; hay mamelucos, a darles memes. Lo sorprendente es que la gente se lo cree, tanto más cuanto mayor es la cuenta-púlpito en adeptos, porque la veracidad ya no se aquilata por la calidad intrínseca del mensaje ni se la supone por la trayectoria confiable de la fuente, sino por la masa crítica de seguidores, métrica última que transmuta al ignorante en conocedor, al pelafustán en egotista, al embustero en gurú.

Tras décadas de lecturas y experimentos, Einstein corrigió aspectos de las leyes de Newton y Oppenheimer concretó, en física cuántica, aplicaciones que se le escaparon al primero, porque la historia de la ciencia es eso, una teoría con validez provisional hasta que otra la sustituye. Por contraste, para los asuntos más prosaicos de la existencia, gracias a los sabidillos de la plataforma nos separa tan solo un clic de los secretos infalibles de los dioses.