Bernardo Tobar Carrión | Bajo la alfombra

Cierto que la primera herramienta de formación es el ejemplo, que más peso tendría si empezase por la autenticidad
Es natural la tendencia a barrer las transgresiones y vergüenzas bajo la alfombra del convencionalismo, del secreto, de la pose. Pero como toda basura que se acumula en la sombra, fermenta el hedor y algún día se cobra la hipocresía con creces. Al final los secretos de familia son aquellos que conoce el vecino, Raimundo y todo el mundo, excepto, paradójicamente, los más cercanos, los que pisan a diario la estera del encubrimiento.
Imagino que habría más frutos si los abuelos, padres, tutores, profesores y cuantos ejercen algún grado de responsabilidad formativa en los niños y jóvenes evitaran la representación teatral de la perfección, ya sea impostada o asumida ingenuamente por debilidad mental o pacatería. Los hijos perciben pronto que sus ancestros y familiares no son semidioses infalibles y más bien terminan resintiendo las pretensiones de tal guisa, los acentos de modelo a seguir propios de mediocres y las fanfarronerías que acusan la inseguridad de quienes evitan presentarse como son.
Cierto que la primera herramienta de formación es el ejemplo, que más peso tendría si empezase por la autenticidad, por aceptarse sin más ni menos errores que los reflejados por el espejo insobornable de la mirada, pero de cuya falsificación hay que hacer gala durante la sobremesa íntima. Y este atajo de cambiar, antes de entrar a casa, los zapatos sucios por unos relucientes, como para disimular el resbalón del viernes noche con aires de limpieza dominguera y cara de austeridad confesional, es tan inútil como deslucido, porque mientras más provincianas son las sociedades en esto de fingir comportamiento sin tacha, con mayor fuerza caen presa de su antídoto cultural, el chisme. Y siempre hay un comedido dispuesto a cantar los pecadillos del perfecto difunto, especialmente antes de que fallezca.
Hoy se vuelve a hablar de la familia, de sus valores, insustituible fragua de la ética y del civismo. ¡Magnífico! Pero las familias de carne y hueso, las que forman una sólida estructura de apoyo y crecimiento de sus miembros son las que están más cerca de la inspiración que del paradigma, del perdón que del juicio, de la humildad en las debilidades que de la fatuidad del perfeccionismo o la arrogancia de la virtud. En esta vida todos tropezamos y caemos; es en el encuentro con la mano que nos levanta donde está la gran lección, que se perdería si ocultamos la caída.