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Andrés Isch | La dimensión política de la democracia

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La democracia suele valorarse durante la bonanza y mirarse con desprecio en los períodos de crisis.

La democracia suele valorarse durante la bonanza y mirarse con desprecio en los períodos de crisis. Una sociedad que se acerca al pleno empleo o con bajos índices de necesidades básicas insatisfechas puede darse el lujo de discutir más allá de las urgencias ciudadanas, mientras que en una donde la mayoría lucha diariamente por llevar alimento a sus hogares la democracia será vista como algo superfluo, cuando no un estorbo a la implementación de soluciones. 

Por eso en países como el nuestro hay una tendencia tan fuerte a respaldar dictaduras y gobiernos dictatoriales. Hace ya casi dos décadas, las conocidas imágenes de Hugo Chávez ordenando la expropiación arbitraria de bienes no fueron tomadas por los votantes como una amenaza que debía enfrentarse sino como una demostración de liderazgo y capacidad de gestión.

En el imaginario, un Estado fallido debe ser gobernado con mano dura aun si eso requiere la transgresión de derechos. Luigi Ferrajoli llamaba a este fenómeno “la degeneración de la dimensión política de la democracia”, que no es más que la sumisión de la democracia y el Estado a poderes fácticos con intereses distintos a los de la mayoría de la población. 

En Ecuador ya lo hemos sufrido, con gobiernos que diseñaron y utilizaron el poder político para un proyecto personalísimo, o con la toma del narcotráfico de espacios clave en la función pública. Hoy hay un esfuerzo, desde los resquicios de la democracia, para plantear una alternativa que pueda, simultáneamente, generar beneficios para la población sin sacrificar principios fundamentales.

El proyecto de ley contra la economía criminal es un ejemplo de ello, planteándose en él nuevas herramientas en la lucha contra el crimen organizado, con el desafío de que no sean utilizadas en contra de ciudadanos inocentes. Es un proyecto valiente que merece ser apoyado, ajustándolo para máxima eficacia, pero sin que se constituya un cheque en blanco para el poder político.

La combinación entre un respaldo ciudadano a la gestión positiva sin perder su rol crítico no solo fortalece al país sino también al gobierno, pues le permitirá sostener políticas en el tiempo.