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Abelardo García Calderón | Un tardío adiós

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El hombre que no fue jerarca, el prelado que no dudó en allanarse para comunicar su mensaje, nos dejó inmensas lecciones

Cuando el fuerte y repentino impacto de la esperada noticia se ha disipado y nos permite ir de los afectos subjetivos a una relativa, objetiva realidad, queremos volver nuestra mirada a la imagen y a la vida de Francisco.

El Papa de los pobres, el Papa de los marginados, que también fue siempre el Papa de la juventud y la familia, merece que lo recordemos y exaltemos.

Acaso su condición de educador le sirvió y motivó para enganchar a los jóvenes, para hablarles directamente, mirándoles a la cara, pidiéndoles que hagan “lío” y consiguiendo acercarlos con su palabra y su talante, a Jesús y a la Iglesia.

Vino para ellos, y estuvo con ellos, y a partir de esto aprovechó para clamar por la familia: su estabilidad y su vital presencia en la sociedad.

Mas lo importante de Francisco no solo está en lo que dijo, sino en el ejemplo que dio.

Pocos líderes mundiales logran hacer coincidir sus discursos con sus actos, y él lo alcanzó. Por ello conquistó a la juventud, cada vez más cansada de palabras vacías que no se reflejan en los hechos ni aterrizan a su alrededor. Está claro cuál es la Iglesia que los jóvenes reclaman; ciegos serían los prelados que no se den cuenta de ello y busquen en vano otra senda.

Mostró camino y, con humildad, enseñó el verdadero mensaje y su condición de pastor. Olió a oveja porque fue cercano, afectuoso, humilde. Quienes tuvimos la oportunidad de evidenciarlo, sin duda quedamos impactados con su cercanía, su afecto, su devoción por la familia y su sonrisa franca. El hombre que no fue jerarca, el prelado que no dudó en allanarse para comunicar su mensaje, nos dejó inmensas lecciones.

Nos reveló que se puede hacer cambios sin prepotencia, que se puede ser firme sin jactancia.

Nos dijo cosas profundas con palabras sencillas, nos enseñó a predicar con las acciones cotidianas y nos mostró la fortaleza que no se retrata en la debilidad del cuerpo y la salud.

Nos ha llevado a admirar el trabajo como transformación y trascendencia del hombre, cumpliendo hasta el final con sus responsabilidades, deberes y misión. Sin duda, gran ejemplo y buen padre.