Cartas de lectores: El Estructuralismo o la etiología de la delincuencia

“Es fácil aplaudir al verdugo de un ajeno, pero otra cosa es mirar a un hijo inocente e indefenso en el cadalso’’. ​

El Estructuralismo es una amplia visión cultural, si se quiere filosófica, que pretende descifrar el fenómeno delincuencial en concomitancia con las estructuras del contexto vivencial del individuo, es decir con visión mereológica de un determinado sistema social, incorporando patrones subyacentes como desigualdad, injusticia social, xenofobia, discriminación, aspectos culturales, etc., enfocando al ser humano y descifrándolo desde afuera, y no exclusivamente desde su parcela interior. Este pensamiento se constituye como corriente de pensamiento y herramienta ideológica para que el progresismo, desde su postura extrema, haga bandera, y de pronto, con una bien calculada táctica, construya políticas contemplativas frente a la conducta criminal de los individuos, convirtiendo al asesino en una víctima que emerge vinculada a estructuras que determinan su conducta. Una corriente contrapuesta desmerece lo antes expuesto y patrocina estrategias exacerbadas de corte fascista, autoritario y sancionador. Los dos extremos son peligrosos y desacertados. Todo humano en diverso grado vive sometido a presiones y contingencias que no justifican pavorosos desvíos morales, convirtiendo al criminal en un agraviado social, proclive a ser tratado con extrema indulgencia. Se podría pensar que el mejor derrotero es un punto de equilibrio entre la estrategia de un Estado antidemocrático, autoritario, y aquel propugnado por una visión afincada en una jurisprudencia de normativas permisivas que asumen al asesino como víctima, incapaz de procesar la existencia como evento inexorablemente entretejido entre dolorosas contingencias, justificando la conducta imbricada en el círculo del delito. En el abatimiento del crimen no se debe prescindir de estrategias colaterales que combatan la corrupción y descomposición política como causales de la fractura moral, institucional y la peligrosa desesperación en los estratos más pobres de la sociedad, que se vuelcan a un ‘mesías’ circunstancial y finito, y no a una sistémica recomposición estructural e institucional de la comunidad. Es imposible soslayar que en el mundo no pocas veces demoledoras popularidades se han dado en países pequeños, pobres, emocionales, que anegados en un panorama sombrío claudican su libertad por ‘seguridad’. Vale repetir lo que manifestó un destacado editorialista de este medio: “Es fácil aplaudir al verdugo de un ajeno, pero otra cosa es mirar a un hijo inocente e indefenso en el cadalso’’.

Augusto Osorio M.