Cultura

978849486723
La obra se publicó a fines del año pasado.Cortesía

'El fin de la familia', primer capítulo

Lea aquí un fragmento de la primera novela de Augusto Rodríguez.

Un anciano de grandes orejas, con lentes, moreno cabello gris en las sienes, camina lentamente. A su lado va una anciana, de cabello largo, recogido en un moño, con lentes, tez blanca. El hombre camina junto a la mujer, su mano derecha está sobre el hombro de ella; van dentro del aeropuerto de Miami como si el tiempo no importara, como si el tiempo fuera el invento de una autómata. Cuando de repente se desploma como una torre gemela. Su cuerpo está en el piso. La mujer pide ayuda, grita, en pocos minutos llega un médico y la ambulancia. El médico lo revisa, le pone oxígeno artificial, su oído en el pecho para escuchar su corazón.

El médico pide que de urgencia lo lleven al hospital. Lo llevan a emergencias. En el hospital la anciana reza. El hombre no despierta. Pasan las horas y va a una cafetería cercana donde toma café y come pan, huevos revueltos, frutas. Siente reflujo, esos alimentos bajaron pero después subieron por el esófago; es raro porque ella no sufre de estos males de aparato digestivo El estómago puede ser tu mejor amigo pero a veces tu peor aliado, el enemigo que en cualquier momento te manda el kiosco abajo: tu cuerpo sano.

Posiblemente tenía un estrés fuerte que le estaba afectando más de la cuenta o una incipiente gastritis. Ella hablaba con los enfermeros, con los médicos, con los pacientes que como ella caminaban como almas en el purgatorio. Hablaba poco ya que su inglés nunca fue bueno; aunque en Miami casi todos hablan español.

Miami era una selva dominada por los latinos que no gustaba a los gringos. Fueron los latinoamericanos que hicieron de esta ciudad un lugar turístico, diferente, atractivo. Aunque sabemos que Miami no es Estados Unidos. La anciana llama por teléfono a Guayaquil. Día y noche. Llama a Atita, una prima hermana que vive en Miami hace décadas. Ella va en su auxilio, de paso habla perfecto inglés, lo que ayuda un montón. Es su voz ante los médicos, que se mantienen distantes y herméticos todo el tiempo.

Atita le dice que tenga paciencia, que su esposo está en terapia intensiva y que está siendo vigilado por los médicos. Llora. Ahora la anciana duerme en una cama improvisada. Un sofá junto a una ventana. Atita se fue a descansar a su hogar junto a su familia. Intentó llevar a la anciana a su hogar junto a su familia. Intentó llevar a la anciana a su hogar pero ella se negó. Quería estar lo más cerca posible de su esposo. Ella casi no dormir ni comía. Miraba por la ventana y se fijaba en las estrellas como si fueran lejanos amigos que quisieran decirle un mensaje oculto, un secreto, una frase de esperanza. La mujer recordaba varios momentos de su vida junto a su anciano. El día de su matrimonio, su casa celeste, su primer carro, sus hijos que esperaban noticias desde Guayaquil. Su mirada se nublaba de lágrimas, imaginaba otras cosas, intentaba dormir.

En la mañana siguiente, la mano de una enfermera la despertó. Le preguntó si estaba bien. Ella respondió que cansada, angustiada, y con miedo porque no sabía nada. La enfermera le dijo que rece y que tenga fe que su esposo debía mejorar. Ella no dijo nada más, y solo miró atónita el paso de las personas por los pasillos. Se levantó y se dirigió al baño. Se mojó la cara y caminó hacia la salida con dirección a la cafetería. Se tomó un jugo de naranja, comió unas tostadas con mantequilla y regresó. Llamó a Guayaquil para saludar a sus familiares y les dijo que tuvieran paciencia. Le mandó a decir a una de las hijas que viajara a Miami para que la acompañe. Así lo hizo la hija, compró el pasaje y viajó con destino a Estados Unidos.

Al rato llegó Atita para estar con ella y hablar con los médicos y le dijo que la salud del anciano era muy frágil y que no sabían si aguantaría una operación en el cerebro. Ella dijo que si era necesario lo hicieran con tal de salvar su vida. El médico asintió con la cabeza y dijo que lo operarían esa tarde. El misterio continuó. Atita y la anciana salieron a caminar, a tomar algo de aire y a relajar los músculos. Ella lloraba pero se mantenía fuerte y con esperanza. La abrazaban. Ella seguía caminando y rezaba. Esa tarde llegó una de las hijas de la anciana desde Guayaquil. Todas estuvieron en la noche esperando noticias de la operación. En la madrugada salió uno de los médicos y se dirigió a la anciana para decirle: Madam, we did the impossible to sabe him but he was vey week. Your husband has just died fifteen minutes ago. I’m very sorry. Atita y la hija la agarraron de los brazos. La anciana era una muerta en vida. Lloraba desconsoladamente. La anciana no sabía qué hacer ni cómo actuar en estos casos. Atita y la hija se encargaron del tema del velorio y del cuerpo del esposo, para que fuera repatriado a Guayaquil.

El día siguiente fue el velorio en Miami, algo breve pero íntimo. A los dos días salieron en un avión especial rumbo a Guayaquil. La familia esperaba el ataúd para el posterior entierro. En ese ataúd iba mi abuelo y fue el fin de mi familia.