Rafael Guzmán
La sociedad actual está obsesionada “no por llegar bien a la vejez, sino por no envejecer”, según dice en una entrevista el especialista en medicina de estilo de vida Rafael GuzmánRaúl Caro / efe

Los humanos tenemos un software, una genética, de hace 200.000 años

Nos hacemos viejos porque dejamos de hacer deporte

La sociedad actual está obsesionada “no por llegar bien a la vejez, sino por no envejecer”, como afirma el especialista en medicina de estilo de vida Rafael Guzmán, que resume su mensaje con que “somos seres del siglo XXI, pero con un programa, un software, una genética, de hace 200.000 años”.

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Son algunas de las claves que analiza en su libro ‘Cómo llegar joven a viejo’, donde escarba en las claves de la llegada a la senectud, huyendo, entre otras cosas, del sedentarismo, con el fin de “no enfermar cómodamente”.

Pero para huir del sofá y salir a movernos a la calle hay un problema: la dopamina, la recompensa “que nos da el cerebro” cuando estamos cómodamente sentados en casa, aunque “no estamos saltando a la piola casi la totalidad de las leyes que nos gobiernan, porque no podemos olvidar que el movimiento es inherente al ser humano”.

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Así, cuando nos agarramos a “mil cosas que nos dan confort y ahorro energético” el cuerpo se va acostumbrado, y se hace costumbre no moverse. “No dejamos de hacer deporte porque nos hacemos viejos. Nos hacemos viejos porque dejamos de hacer deporte, que no es lo mismo”.

Y eso que, antiguamente, “hasta hace relativamente poco, si no te movías no comías, y si no comías no podías seguir moviéndote”, pero esos estándares de vida han cambiado, “porque ha cambiado nuestro contexto de vida, pero seguimos siendo genéticamente ancestrales, y eso crea un conflicto, un contexto brutal que nos hace enfermar”.

Esperanza de vida y de salud, dos cosas distintas

En un contexto como el actual, en el que “la ciencia y la tecnología están revolucionando la comprensión del inevitable proceso de envejecer y, aunque es cierto que en los últimos años el ser humano ha ganado en esperanza de vida, no lo ha hecho en esperanza de salud”.

Y a la hora de analizar cómo llegar a la plena madurez, primero es oportuno aclarar algunos errores que, según el autor, se cometen a diario cuando se analizan asuntos como este: “El primero es que estamos poniendo el foco de atención en el término de esperanza de vida, pero si tomamos como referencia de longevidad la esperanza de vida estaremos equivocados”.

“La esperanza de vida es un término estadístico que nos viene a decir qué media de edad vamos a poder vivir naciendo en un código postal concreto, y considerando que las características socioeconómicas y sanitarias de ese lugar no van a variar a lo largo de toda mi vida”, señala, pero recuerda que se trata de una fórmula matemática que se calcula, entre otras cosas, “metiendo una variable, que es la muerte infantil”.

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De esta forma, en países como Lesoto, donde la cifra de muerte infantil es muy alta “la esperanza es muy baja”, con lo que, quitando esa variable, si en España está en “80 y pico”, eso, "realmente no cuantifica nuestra esperanza de longevidad como especie”, pero si se ahonda en los estudios, por ejemplo, de los patrones de metilación, “que son unas marcas químicas que se adosan a nuestro material genético, nos damos cuenta de que nuestra esperanza de longevidad como especie está en 120 años”.

Por lo tanto, hablar de que una persona de 80 años es ya muy vieja, “es decir que nos estamos saltando las leyes naturales, porque sería como decir que un perro con cuatro o cinco años ya es viejo”.

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