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La vuelta al mundo de un escritor anfibio

Andrés Neuman es un caso insólito en la literatura reciente en español. Él lo resuelve calificándose a sí mismo de “anfibio”, pero es algo más. Nacido en Buenos Aires en 1977 y emigrado a Granada cuando era un adolescente, está en todas las antologías

La vuelta al mundo de un escritor anfibio

El País especial para EXPRESO

Andrés Neuman es un caso insólito en la literatura reciente en español. Él lo resuelve calificándose a sí mismo de “anfibio”, pero es algo más. Nacido en Buenos Aires en 1977 y emigrado a Granada cuando era un adolescente, está en todas las antologías de poesía de las últimas décadas y en todas las de narrativa.

Era un poeta más que prometedor cuando quedó finalista del premio Herralde de novela con Bariloche, una obra de madurez poco habitual en un escritor de 22 años. Fue el primer hito de un camino al que se fueron sumando poemarios como ‘El tobogán’ (premio Hiperión) y novelas como ‘El viajero del siglo’, por la que obtuvo el premio Alfaguara en 2009 y el de la Crítica un año después.

En 2012 Neuman se encerró a escribir el libro que ahora ve la luz, ‘Fractura’ (Alfaguara), cuyo protagonista comparte apellido con uno de sus poetas favoritos, José Watanabe, peruano de origen japonés.

Todo empezó, explica el escritor, el 11 de marzo de 2011. Ese día un tsunami asoló la costa nipona y convirtió la central nuclear de Fukushima en una caja de Pandora. “Yo contemplé ese accidente desde España, donde cada 11M hay cierta predisposición al duelo colectivo”, cuenta. Coincidieron, pues, “una inquietud cercana y un shock lejano, como si chocasen dos distancias”. Entonces llegó la gran pregunta: “¿Cómo puede la única población que ha sufrido la bomba atómica repetir una estampa tan familiar?”. Ese día tomó cuerpo algo que no era más que un proyecto: escribir “algo” sobre el kintsugi, el arte japonés de reparar un objeto soldando los fragmentos con oro líquido para dejar a la vista los lugares por los que se rompió.

“Cuando tuve noticia del kintsugi”, explica Neuman, “tuve un impacto estético de esos que preludian una modificación ideológica. Lo trascendente no es ya la reivindicación de la cicatriz como parte fundante de la identidad —y no como imperfección de la que avergonzarse— sino la propuesta política que contiene: “refutar esa dicotomía de que los individuos y las sociedades deben elegir entre mirar atrás o construir el porvenir”.

El Watanabe de Neuman es un superviviente de Hiroshima que, convertido en economista, abandona Japón para trabajar como ejecutivo en Francia, Estados Unidos, Argentina y España. Su vida en esos cuatro países la cuentan, con sus particulares dejes lingüísticos, las mujeres con las que se relacionó.

“Aprender otros idiomas desata la multitud que hay en todo hablante”, argumenta Neuman, que relaciona ese aprendizaje con la literatura y con su propia vida: “Toda escritura que aspire a lo literario parte de una conciencia de extranjería respecto a nuestra lengua materna. Los idiomas, los viajes y la ficción son de las pocas formas de humanismo que nos quedan”.

A la par, Watanabe, ya viejo, ve de nuevo llegar la tragedia a su vida con el terremoto de 2011, la explosión del reactor nuclear de Fukushima.

A más del amor y la tragedia, en ‘Fractura’, Neuman también aborda el tratamiento que los propios países dan a las crisis que los afectan y cómo lidian con estas en función del futuro.

“Hay muchas formas de abordar el pasado, que es algo que no se elige ni se descarta. Pero lo que está claro es que si optas por la negación y el rechazo, este volverá y te apuñalará por la espalda”, ironiza.