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Duelo. Las honras fúnebres de los niños asesinados la mañana del jueves se realizaron en el domicilio de la familia materna. La abuela de los pequeños habló de su desgracia.Expreso

Tabacundo vela por separado al padre y a hijos que asesinó

Las honras fúnebres de los niños se realizaron en la casa de la familia materna De 9 y 6 años, murieron en manos de su progenitor

Los amigos de la familia de los niños asesinados por su padre llegaban en silencio hasta el velorio. Cargaban arreglos florales que colocaban al pie y flancos de los féretros blancos de ambos infantes, de 9 y 6 años.

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Ayer, los dos cofres estaban dentro de la casa de sus parientes maternos, a escasos kilómetros de donde fueron localizados sin vida. A los hermanitos los hallaron en el inmueble de su abuelo paterno en Guállaro Grande, en Tabacundo, cantón Pedro Moncayo, al norte de Quito, la mañana del jueves.

“Ya no llores por mí / yo estoy en un lugar lleno de luz”, era la melodía que resonaba en un parlante en aquella triste sala. La gente se acomodaba y quien tomó fuerzas para dialogar fue Lucía Guachalá, abuela de las víctimas.

“Ellos eran nuestros angelitos. Eran unos niños muy alegres”, contó frente al umbral del inmueble, cerca de un amplio patio. La mujer contenía el llanto mientras recordaba el momento que la llamaron para contarle de la tragedia.

El jueves, la madre de los niños, Gladys Andrango, los llevó a la escuela aledaña al parque central de Tabacundo. Después, cuando iba a su trabajo en una florícola se topó con Manuel Guachamín, padre de los chicos y de quien se había separado hace ocho días.

En este último encuentro, ambos habían discutido y un vecino intervino para que Manuel no la maltratara.

Lucía cree que su hija se libró de morir y por eso el sujeto fue a la institución educativa para llevarse a los niños cuando no terminaban la jornada. “Le habían llamado a mi otra hija y le dijeron lo que había pasado”, detalló la señora.

En ese momento se oyó un alarido: “Mis angelitos, Dios mío”. Era Gladys, quien ya se había enterado de la desgracia.

La Policía llegó para escoltar a la familia hasta el lugar de los hechos. En ese instante, el paradero de Manuel era incierto y una serie de rumores rondaron a la escena del crimen. Unos decían que lo vieron subiendo a un taxi, otros que había comprado un pasaje para irse en bus.

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Pero todo fue falso porque los policías revisaron el inmueble y lo hallaron colgado de una viga. Estaba en un cuarto adyacente a donde los niños yacían sin vida.

Los uniformados indagaron y descubrieron que el crimen se cometió con un azadón. “En la parte trasera de la herramienta se encontraron rastros de sangre y cabellos de los niños”, confesó José Burgos, jefe de la Dirección Nacional de Investigación de Delitos Contra la Vida (Dinased) subzona Pichincha.

La gente seguía llegando al velorio. Abrazaba a los parientes y les daban las condolencias. Adentro, la madre de los fallecidos evitó conversar con los presentes.

Cerca de Lucía estaba su hijo José Andrango, quien también estaba destrozado por la violenta partida de sus sobrinos. “Antes de la separación de mi hermana, los niños nos visitaban continuamente. Cuando ya vinieron a vivir con nosotros era bonito pasar con ellos”, dijo el hombre con resignación.

José no comprendía el cambio que sufrió Manuel. Hace 12 años, él y su hermana decidieron formar un hogar.

“Era parte de la familia, pero con el tiempo nos enteramos de que la maltrataba. Ella no quería decirnos nada”, detalló el ñaño de Gladys.

Por eso, cuando decidió dejarlo, ella interpuso una boleta de alejamiento, lo que habría motivado el crimen, a decir de Marco Amores, jefe de Policía del Distrito Cayambe - Pedro Moncayo.

Ahora, lo único que la familia pide es que Dios les dé fuerzas para superar la tragedia. “Yo no quiero tener enemistad con las hermanas de él, pero yo no lo voy a perdonar”, dijo Lucía antes de entrar nuevamente al velorio de sus angelitos.