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Shakespeare y Miller

henry Miller, el controvertido escritor norteamericano, autor de obras con muy poca o casi ninguna ficción, en su texto Los libros de mi vida, en que declara su preferencia por los autores que lo llenan y entusiasman, ya a una edad que calculo entonces andaría por la cuarentena o la cincuentena, dijo que le era imposible introducirse en la lectura de las obras de William Shakespeare, que por alguna razón -sobre la que no hace mayores comentarios-, no pudo leer en esa juventud que, también suponemos, debe llegar hasta la treintena.

Es decir que para el autor de los tan reclamados Trópicos y Pesadilla en aire acondicionado, es como si ya bastante adultos volviéramos a embarcarnos en la lectura de las obras llenas de aventuras, con corsarios y piratas, de Emilio Salgari (que puso de moda a Sandokán) o a las novelas de Dumas, casi todas históricas pero siempre llevando al lector al mundo de la fantasía en sus intrincadas temáticas (recordamos Los Tres Mosqueteros o El conde de Montecristo), y al propio Julio Verne que, no cabe duda, fue el introductor de lo que ahora conocemos como ciencia ficción. Y ni qué decir del inverosímil Rocambole de Ponson du Terrail o de los ya no tan jóvenes cómics que nos traen, en periódicos, películas y revistas, a las tan conocidas figuras de Superman o de Batman.

Interesante pero también inexplicable la confesión de Miller sobre la obra teatral del también reconocido como ‘el Cisne de Avon’. Y ello porque el mundo intelectual de todas las edades ha considerado al dramaturgo inglés como un autor a la altura de Cervantes, Homero o Proust (para también nombrar a un autor contemporáneo), ya que la obra shakespereana sigue mereciendo profundos estudios y recomendaciones desde todas las regiones del mundo. Y es que para creadores y críticos, el teatro del inglés es infinito, insuperable, profundo, tanto en sus tragedias como en sus comedias. Aunque don William nunca se preocupara por inventarse nada, ya que cogió sus temas de libros y tradiciones ya existentes. Opinión, pues, la de Miller, no para ser rechazada de plano sino para estudiarla en sus probables motivaciones. Sobre todo a partir de su larga obra, casi autobiográfica.

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