Salvar el acuerdo nuclear con Iran
En diplomacia, una regla no escrita indica que cuando el acuerdo en una materia concreta se estanca, conviene ampliar el marco de la discusión. Hoy, EE. UU. parece dispuesto a revertir esta máxima y echar por tierra el acuerdo nuclear con Irán, uno de los mayores logros diplomáticos de la última década, pese a que Donald Trump lo calificara de “bochorno” en su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas. Irán siempre ha sido un negociador difícil. En su reparto de poder confluyen un sinfín de fuerzas y personalidades, a menudo contradictorias o rivales entre sí, que dificultan la interpretación -y el control- del curso de la negociación. Actualmente, alcanzar un “metaacuerdo” con Irán que englobe el conjunto de sus afrentas al orden internacional (su programa nuclear y de misiles, su apoyo al terrorismo internacional, la desestabilización regional y las violaciones de derechos humanos) resulta ilusorio. Para llegar a puerto conviene acotar, limitar al máximo el objeto de las negociaciones. Ese fue el enfoque de las discusiones sobre el programa nuclear iraní, que concluyeron con un Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), que no abarca aspectos relativos a programas armamentísticos nucleares, ni garantiza inspecciones a instalaciones militares, y la mayoría de sus disposiciones solo tendrá una vigencia de 10 años. El PAIC no aspiraba a abarcarlo todo, solo a neutralizar temporalmente la amenaza existencial del programa nuclear iraní, y a sentar las bases de un compromiso constructivo susceptible de conducir al progreso en otros frentes. Marcaba un principio, no un final. Sin embargo, la puerta diplomática que abrió podría estar a punto de cerrarse de golpe. La clave del PAIC estriba en aislar la cuestión nuclear para que las partes puedan tratar los demás asuntos por separado. Volver a agruparlos llevaría al fracaso del acuerdo. Ante esta hipótesis, volver a comprometer a Irán resultaría prácticamente imposible; en solitario, EE. UU. no tendría capacidad para imponerle sanciones lo suficientemente severas como para alcanzar sus objetivos, y la Unión Europea -arquitecto originario del PAIC- se mostraría reticente a acordar nuevas sanciones si Irán cumple con sus compromisos; tampoco sería realista contar con la participación de Rusia y China. Si la Administración Trump entierra el acuerdo, pondrá en serio peligro futuras iniciativas multilaterales. A corto plazo, Rusia -que ya ha sacado partido de la salida gradual de EE. UU. de la región para reforzar su presencia- colmaría parcialmente el vacío estratégico. A largo plazo, el repliegue de EE. UU. de Oriente Medio prolongará el caos y la destrucción. El PAIC ofreció una hoja de ruta para frenar la proliferación de armamento nuclear desacoplándolo de su vertiente energética, como fuente segura y fiable. Si la Administración Trump rechaza finalmente este modelo, su aplicación en el futuro a nuevos casos será mucho más complicada, cuando no imposible. La importancia del PAIC es bien conocida por los líderes europeos, que deben actuar en consecuencia para salvarlo, estableciendo una relación constructiva con Irán. El camino del éxito pasa por duras negociaciones, condicionalidad e imponer más sanciones, pero no el embargo total, y el PAIC deberá ser la plataforma para futuras acciones.