No quiero flores en mi tumba
Me resulta inevitable: leo el documento que recoge el Pacto de Leticia, firmado esta semana en Colombia para proteger la Amazonía, y recuerdo la frase del líder fundamental en la lucha por conservarla, Chico Mendes: “No quiero flores en mi tumba, porque sé que irán a arrancarlas de la selva”. La metáfora era un modo de oponerse al afán depredador y tonto de talar millones de hectáreas de árboles tropicales para volverlas madera, pastizales o terreno devastado para la explotación minera.
Chico, un recogedor de caucho, entendió pronto que la avanzada extractivista liquidaría la selva, y se volvió su defensor activo, su bandera reconocible en el planeta. Se opuso activamente a las megaconstrucciones, la deforestación y la minería salvaje. Por eso, sus poderosos enemigos lo asesinaron hace 30 años; desde entonces, los comuneros brasileños lo llaman, con razón, el Padre de la Amazonía. Él inventó un concepto práctico sobre “las reservas extractivas”, que consistía en armonizar la extracción, la protección de las comunidades y la conservación de la naturaleza, que incluía la prohibición de cultivos letales para la selva, como el de la soya.
Frente a esa política sostenible, surge la palabrería de los firmones del Pacto. “Nos comprometemos”, dicen los presidentes de Bolivia, Colombia, Perú y Ecuador, a “fortalecer la acción coordinada para la valoración de los bosques y la biodiversidad, así como para luchar contra la deforestación y la degradación forestal, con base en las políticas nacionales y sus respectivos marcos regulatorios”. Retórica barata. Parecida a la de las reinas de belleza cuando dicen que su sueño es que haya paz mundial...
Solo la selva brasileña ha perdido en los últimos 2 años 1’700.000 hectáreas, superficie como toda la provincia del Guayas, y un crimen ecológico que atañe no solo a los países que comparten la Amazonía. La solución no vendrá por parte de los firmones: como cualquier conquista humana, estará más en manos de los Chico Mendes del planeta. Serán ellos quienes se levanten y repitan el salmo que salvará a la selva: “yo no quiero flores en mi tumba”.