Mercados humanitarios
Cuando existe crisis humanitaria, la vida normal deja de ser posible. Bajo condiciones normales, las necesidades de un individuo pasan a ser la forma en que otros se ganan la vida. El sistema funciona porque cada una de sus partes apoya y a la vez recibe apoyo de las otras. Este círculo virtuoso constituye la clave de todas las formas de vida. La autocatálisis es un sistema en el que el todo se puede reproducir porque cada elemento es producto de una reacción y a la vez es un insumo o catalizador de otra, lo que hace que el todo sea autosostenible. En las sociedades humanas, financiar la seguridad y la infraestructura necesarias para la producción exige tributación, la cual solo es posible si, para empezar, existe producción que sea gravable. Todo quiebre en este ciclo autocatalítico rompe el círculo virtuoso. La cantidad de tiempo que un ser humano puede sobrevivir sin agua, comida ni techo, suele ser demasiado corta en relación con el tiempo necesario para solucionar el problema. Esta es la esencia de una crisis humanitaria. Venezuela, a causa de la mala administración, la opresión y la corrupción, ha padecido de un colapso catastrófico de tales proporciones que carece de las calorías, proteínas o medicinas necesarias para mantener a su población de más de 30 millones de personas. En consecuencia, los venezolanos han estado abandonando su país en masa, mientras los que se quedan sufren un infierno. Muchos países y organizaciones donantes han estado llenando bodegas con alimentos y medicinas que podrían salvar vidas, pero la dictadura de Maduro ha prohibido su entrada. La ayuda humanitaria no puede reiniciar el proceso autocatalítico, pero sí facilitar la transición a un sistema autosostenible. Una alternativa sería vender los alimentos y medicamentos donados a precios de mercado a quienes deseen ganarse la vida distribuyendo y vendiendo necesidades a los consumidores. Aquí es donde los mercados y la tecnología moderna acuden al rescate. El dinero que se recaude a través de la venta a los distribuidores puede ser transferido a los necesitados para permitirles que ellos mismos los adquieran. Lo difícil en este caso es coordinar la llegada del dinero a las cuentas bancarias de los consumidores con la llegada física de los productos a los puntos de venta. Este mecanismo ofrece varias ventajas evidentes frente a la distribución gratuita. Puede emplear a voluntarios temporales y a todos quienes estén dispuestos a ganarse la vida en la distribución y venta de bienes. Y si una ciudad recibe los productos y otra no, los comerciantes tendrán un incentivo para practicar el arbitraje (comprar bienes donde abundan y venderlos donde escasean), equilibrando la situación. Un mercado para la ayuda humanitaria empoderaría a los beneficiarios al brindarles la oportunidad de decidir qué, dónde y cuándo adquirir lo que necesitan. Ya no tendrían que esperar a que alguien les entregue un paquete de ayuda predefinido, como lo hace el gobierno venezolano. Y el sistema crearía empleo: los participantes en el esfuerzo se ganarían la vida y dejarían de necesitar ayuda. Además, dado que este sistema permite pasar de la importación de bienes finales, como alimentos enlatados, a productos que requieren ser procesados a nivel nacional, pondrá en marcha la producción interna. A lo largo del tiempo, los canales de distribución podrán pasar de la compra y entrega de la ayuda humanitaria, a adquirir en el mercado global lo que les parezca más apropiado. La venta de esos dólares a los importadores proveería el efectivo para las transferencias directas destinadas a fortalecer el poder adquisitivo de los necesitados.