
SER ‘MANDARINA’
El especialista en temas de pareja y uno de los consultores en Relaciones más reconocidos en Hispanoamérica, Gerry Sánchez, nos invita a reflexionar un momento.
Si hay tantos patanes en el mundo que a menudo tienen suerte con las mujeres, ¿por qué entonces -se pregunta- hay quienes deciden ser ‘mandarinas’? ¿Será acaso porque aman extremadamente a sus compañeras o porque sienten algún tipo de temor...?
Previo a dar a conocer su respuesta, el experto especifica cuál es la definición de la palabra mandarina. Hombre demasiado amable, afectuoso, fiel, detallista y complaciente con su pareja; y capaz de ponerse el delantal para lavar los trastos, planchar la ropa, cuidar a los niños y cocinar.
En otras palabras, un caballero. En sí un individuo que, pese a ser tachado de ‘sometido’, ‘calzonazo’, ‘zanahoria’ o ‘huevo tibio’, camina por la vida con orgullo e irradiando felicidad; ya que considera que su comportamiento no es más que una muestra de respeto hacia la mujer y el amor que siente por ella.
Sebastián Rivadeneira, quiteño de 39 años, por ejemplo, es uno de los varones que hace caso omiso a los comentarios y actúa conforme a las peticiones de su esposa. A diario la ayuda en las obligaciones del hogar e incluso suspende -de vez en cuando- sus salidas cuando ella de repente le propone salir a cenar. “Esa es mi manera de demostrarle cuanto la quiero”, precisa, “detalles como esos son los que han mantenido en pie mi hogar”.
Sánchez lo aplaude. Tratarlas bien y consentirlas a tal punto de dejar de lado (algunas veces) hasta tus propios planes) -explica- promueve la solidaridad y la unión en pareja. También permite formar un equipo, que es muy distinto a darse la mano en cualquier situación.
Sin embargo, y en ello hace hincapié, cuando se exagera y se cae en ese tipo de ‘mandarinismo’ absurdo e insano -que ‘empuja’ a los hombres a no tener sus propios amigos y a pedir permiso hasta para tomarse una cerveza- precisa, la que sufre es la relación.
“Y es que el hecho de no protestar y obedecer todo un siempre a lo que dice el otro, no refleja en sí lo que es el amor”. Evidencia sumisión. Un completo desequilibrio de roles que afecta, en su mayoría, a quien ha decidido, por amor o inseguridad, ser dominado.
Sánchez señala que el hombre sumiso depende mucho de la aprobación de su pareja porque no se siente valioso. Es inseguro, le teme a todo: al cambio y los conflictos. Quiere ser tomado en cuenta. Allí la razón por la que busca o permite ser manipulado.
¿Y de qué manera afecta esto al dependiente? Prácticamente lo ‘aniquila’, revela la psicóloga clínica Geovanna Medina, psicoterapeuta familiar y de pareja, al enumerar las secuelas que la obediencia extrema trae consigo. La pérdida de identidad y la dificultad para defender sus derechos y expresar sus convicciones, algunas de ellas.
El ser víctima de violencia psicológica o malos tratos cada que quiera emitir su comentario o hacer algo sin su consentimiento, las más preocupantes.
“Esas son las que más laceran, las que perjudican directamente su autoestima”, concluye la experta.
¿Qué hacer? Tiene dos opciones. Si es del tipo de ‘mandilón’ que consiente pero pone límites y hace respetar sus espacios, siga así y no cambie. Mas, si integra el grupo de los dominados, medítelo, tome una decisión y corríjalo pronto.
No es difícil, puntualiza Medina. La clave está en ponerle topes a la relación y a lo que nos merecemos como individuos. El aprender a vivir sin apegos, ni en una constante lucha de poderes, de igual forma, ayudará. “Es lo que nos permitirá edificar un sendero uniforme, equilibrado, armonioso, respetuoso... bilateral”.