
Guayasamin, una obra que nunca termina
A los 100 años de su nacimiento, EXPRESO recorre los sitios que mantienen encendida la llama del maestro: su casa y la aún sin acabar Capilla del Hombre.
Cuerpos escuálidos intentan alcanzar el sol; derrotados, se apoyan en sus rodillas huesudas queriendo, a toda costa, llegar a la luz, arañar el cielo... Esta obra del artista ecuatoriano Oswaldo Guayasamín se llama ‘Potosí’ y refleja con crudeza la esclavitud en las minas de plata de Bolivia. La agonía. Es también una obra que quedó inconclusa tras la muerte del pintor, en 1999, y que ahora adorna la cúpula de la Capilla del Hombre. Fue hecha exclusivamente para este lugar, como otras cuatro obras. Y al cumplirse los 100 años de su natalicio, en 1919, este Diario recorre los lugares que mantienen encendida la llama del maestro: desde su habitación, en la que exhibía una especie de Kamasutra precolombino, hasta su taller, donde retrató a famosos, como Paco de Lucía.
Martes, 10:00. En La Loma de Guangüiltagua, rodeado de árboles, con una vista maravillosa del norte de Quito, se respira paz. Allí, en una hectárea de terreno, se levanta una pequeña muralla de 25 filas de piedras perfectamente alineadas. En esta, la Capilla del Hombre, de 4.000 metros cuadrados, se esconden tesoros de óleo, acrílico, cobre, fabricados por el maestro. Esta infraestructura fue concebida por Oswaldo Guayasamín y ejecutada por Handel Guayasamín. Pero, por un infarto que lo fulminó a sus 79 años en Baltimore, Estados Unidos, no pudo ver terminado su anhelado sueño: un espacio para mostrar cómo era América antes de la llegada de los españoles, la crudeza de la conquista y el mestizaje.
“Fue terrible para nosotros, no sabíamos si íbamos a poder terminar la capilla”, cuenta Verenice Guayasamín, la cuarta hija del primer matrimonio del artista. En total fueron siete hijos y tres esposas. Hoy Verenice detalla que el maestro, antes de la Capilla del Hombre, creó con sus hijos la Fundación Guayasamín, hace 47 años. Una institución para resguardar su obra. Y así lo hizo. Más tarde levantó, en el terreno de Guangüiltagua, su casa entre 1976 y 1979. Desde siempre concebida como una casa museo, de 2.000 metros cuadrados. Hoy, abierta a las visitas.
De padre indígena y madre mestiza, Guayasamín diseñó la Capilla del Hombre en dos pisos: una entrada, como si se tratara de un túnel, para exponer en bóvedas las piezas arqueológicas; esta direccionaría al primer piso, en el que el maestro quería mostrar a América antes de la llegada de los españoles, suelo de piedra negra y murales, y con su gran obra ‘El toro y el cóndor’ de fondo; finalmente el recorrido terminaría en el segundo piso, algo más contemporáneo, con madera y paredes blancas. Por fuera, la estructura tendría un aire indígena y las paredes forradas con piedra. Lo tenía todo visualizado. ¿Qué faltaba? El presupuesto.
Verenice, también coordinadora de la fundación, revela que su padre viajó a Francia para reunirse con Federico Mayor Zaragoza, director de la Unesco en ese entonces, para presentarle el proyecto. Ayudó con un abono y habló con los presidentes de Latinoamérica. Les dijo que esta Capilla era “prioritaria” para la cultura en América: Chile ofreció planchas de bronce, con las que forraron la cúpula; Venezuela dio dinero... Y así. Guayasamín, contento de ver su obra despegar en 1997, caminaba cada mañana desde su casa hacia la Capilla para supervisarla. Cuando faltaba solo un 20 % para terminarla, murió.
Si la podían terminar, nadie lo sabía. Pero lo lograron. Se inauguró en 2002. ¿Quedó 100 % concluida? No. Lo confirma Verenice. Aun después de 20 años de su muerte, no se ha podido culminar la obra, adornada con cuadros como ‘Niñas llorando’, su autorretrato, ‘Playa Girón’, ‘Lágrimas de sangre’... y las cinco pinturas que él hizo exclusivamente para la capilla. Pero le falta el túnel de la entrada, el que completaba el concepto de lo que quería mostrar. “No hemos podido conseguir el financiamiento para terminar esa parte”, explica Verenice, sentada detrás de un escritorio, en una de las habitaciones de la casa en la que vivió el artista sus últimos 30 años.
Casi nada ha sido removido de su lugar. Una sala enorme acoge un piano negro, figuras precolombinas y de la Colonia, una Virgen del Panecillo, un Cristo crucificado. Un amante del arte. Eso sí, dice una guía de la casa, el maestro “era ateo”. Más adelante está el comedor en el que reunía a sus siete hijos. En su dormitorio, una sala elegante da la bienvenida. Sobre un sillón está la guitarra del maestro, rota y restaurada por un artesano español (según el guía Alex Vargas), hay una cama de madera roja, más de 20 figuras que son una especie de Kamasutra precolombino (en posiciones sexuales), cuadros y más cuadros. Desde allí se observa el pino en el que fueron enterradas sus cenizas. Fue una petición suya. “Es increíble, porque sentimos la presencia de él aquí... A veces voy por el dormitorio y parece que lo voy a encontrar... Olemos su colonia”, comenta su hija.
En su taller ocurre lo mismo. Parece que de un momento a otro Guayasamín aparecerá sentado frente a un lienzo con pinturas y pinceles. A la entrada hay fotografías suyas con grandes personalidades: Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Salvador Allende... Hay un retrato de Paco de Lucía, un poema de Pablo Neruda, su gran amigo, una escultura de su rostro. Es muy amplio. Pero aun así no podrían caber todas las obras que hizo, más de 6.000. Ni siquiera el inventario que hoy muestra Verenice: 3.500.
“Todo lo que tenía lo dejó al país por intermedio de la Fundación Guayasamín, que la manejamos la familia”. No se pueden vender, canjear, donar... Eso lo dicen los estatutos de la institución. Tampoco tienen precio, aunque “a través del tiempo hemos comprobado que la obra de Guayasamín cuesta cada vez más”, asegura Verenice.
Aquel hombre que plantó la semilla del arte en el Ecuador no ha podido ser reemplazado. “Genio”. Con la mira en las entrañas del dolor, de los indios, de los negros, de los mutilados en guerras, plasmó la realidad. He aquí sus obras, con un objetivo: “Mi inspiración con mis cuadros es que algún día en el mundo haya paz, y ojalá un día todos estemos dados de la mano”.
Un Rockefeller vio su obra
Guayasamín hizo una exposición de las obras con las que se había graduado en Bellas Artes. Por una casualidad, Nelson Rockefeller llega al Ecuador, pierde el avión de vuelta y pregunta dónde podía ver la obra de un joven pintor. Entonces lo llevan a ver a Guayasamín, le compra cinco cuadros y lo invita a hacer un viaje por todo Estados Unidos. Un año el pintor recorre ese país. Todo pagado. Así logra hacer una exposición en el Museo de Arte Moderno (MoMa) Nueva York, uno de los más importantes del mundo. Tenía 24 años.