Galenicus vs. COIP

Recordemos el juicio sobre la muerte de los neonatos en el Hospital del Niño, en donde por 5 años se persiguió sin fundamento, pero con una dosis importante de saña y crueldad, a un distinguido neonatólogo que vivió su calvario terrenal, en virtud de esta terrible experiencia.

Sea por falta de conocimientos o competencia, se sindica con facilidad a un galeno, interpretando criolla y folclóricamente los eventos propios de un determinado caso, en la búsqueda de satisfacer a la vindicta pública, sobre todo en tratándose de juicios de opinión y otros apetitos.

Decía la semana pasada que, aparte de los gemelos univitelinos, no existen seres humanos iguales, ya que nuestro genoma, fruto del “crossing over” que se produce en cada fecundación, genera a un ser con una peculiaridad genética imposible de predeterminar y peor aún de mensurar.

Tomemos por ejemplo el propofol, un anestésico usado universal y generalizadamente, el cual posee una gran seguridad, careciendo prácticamente de efectos indeseables, pese a lo cual puede provocar un accidente severo y hasta la muerte de un paciente sensible o alérgico al mismo.

Suena razonable que por seguridad deba probárselo en la persona antes de su intervención quirúrgica; sin embargo, el que fuese bien tolerado no garantiza absolutamente nada, puesto que esa primera aplicación pudo provocar, sin dar aviso alguno, una hipersensibilidad al medicamento, que aplicado en la segunda instancia en la cirugía propiamente dicha, podría desencadenar una reacción alérgica o un accidente anafiláctico, muchas veces mortal.

Ante una demanda, los perjudicados no solicitan que se multe al médico, que se lo suspenda temporal o indefinidamente en cuanto al ejercicio profesional. Las lágrimas se secan, la pena se esfuma y lo único a lo que aspiran los querellantes es a recibir una jugosa indemnización.

Parecería que la muerte y el dolor se han convertido en un negocio.

¡Sálvanos Hipócrates!

Y sigo andando...

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