Del dicho al hecho
A las personas se las conoce por sus acciones, por su conducta. Las palabras que no se acompañan de actitudes que sean coherentes, carecen de valor.
El mundo recordó cuatrocientos años de la muerte de Miguel de Cervantes, autor de la obra cumbre de la literatura española, El Quijote. A él pertenece la frase “del dicho al hecho hay mucho trecho”. A despecho de quienes nunca comprendieron el pensamiento de tan eximio escritor, el personaje del libro no fue ni loco ni iluso. Su mensaje fue luchar por lo que debe ser y es justo; no acomodarse a conveniencias, ni abdicar de principios. Esa lucha nos hace sentir bien con nuestra conciencia.
Para entender al Quijote hay que conocer a Cervantes. Su vida fue muy rica en vivencias: disfrutó el poder con Felipe II en el Siglo de Oro de España, fue prisionero de guerra, combatió en la batalla de Lepanto -donde perdió una mano-, conoció la soledad, halagos, deslealtades, y eso le permitió formar una robusta personalidad.
“Largo y estéril es el árbol de las teorías, corto y frondoso el de las acciones prácticas”, afirmaba el gran rector de la Universidad de Salamanca, Miguel de Unamuno. Sabía que el ejemplo educa más que la palabra.
De nada sirve indigestarnos de teorías, si no las aplicamos a realidades concretas; equivaldría a pensar que existen verdades inútiles. Filosóficamente es un contrasentido. En la actualidad lo importante es saber hacer y como sostienen los suizos, hacerlo bien. Es lo que distingue al hombre superior, no se enreda ni deja enredar en discusiones sin destino.
La próxima contienda electoral será pródiga en ofertas, demostrativas de exhibicionismos personales, olvidando lo que aspira la ciudadanía: estabilidad, seguridad, garantías para trabajar. Lamentablemente se vota por afecto, desafecto, con el corazón o el estómago.
El general De Gaulle expresaba: “los políticos son los primeros sorprendidos por la facilidad con la que les creen sus mentiras”; agregaría un político sin escrúpulo: si no puede convencer, confunde.
Ojalá algún día aprendamos a no creer todo lo que nos dicen, porque creemos lo que no nos consta.
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