ESMERALDAS. NEGOCIOS
El cierre de los negocios en la provincia ha incrementado el desempleo.Luis Cheme/ EXPRESO

Los desplazados sufren secuelas socioeconómicas

Lejos de su gente y su cultura, las familias experimentan racismo y falta de trabajo

Una vez que una persona sale forzosamente del lugar al que pertenece, surgen una serie de problemas que ya han sido documentados por la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur).

En un primer momento, los que huyen de la violencia tienen la sensación de seguridad. Sin embargo, aunque muchos vean su situación como algo temporal, surge la necesidad de buscar un trabajo para su subsistencia.

En Ecuador, históricamente las provincias fronterizas han recibido a personas desplazadas por la violencia de las FARC. Incluso, poblaciones de Mataje y Eloy Alfaro han huido de la línea de frontera.

La Acnur indica que la tasa de desempleo entre las familias que huyen de la violencia es mayor que en el caso de las locales.

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La discriminación racial también es otro problema en muchos casos de desplazamiento forzado. Y en el caso del pueblo afroecuatoriano, ha sufrido este mal de forma histórica, pues en las ciudades de mayoría mestiza se los culpa de aumentar la delincuencia.

“El fenómeno de migración forzada de nuestro pueblo causa problemas psicológicos dentro de quienes han sufrido violencia. Ellos deben ser tratados adecuadamente para que puedan integrarse de forma apropiada a sus nuevos entornos”, analiza el psicólogo esmeraldeño Joffre Minda.

En Quito, los esmeraldeños que han dejado su tierra encuentran muchas dificultades para encontrar empleo. Por esa razón han preferido asociarse y trabajar juntos.

Las asociaciones de ebanistas de San Lorenzo y Eloy Alfaro (Ebanor y Ebanogal), la asociación productora de panela San Javier de Cachavi y una asociación de mujeres que elaboran chifles y harina de plátano han logrado que la cooperación española y las universidades les aporten con asistencia técnica, capacitaciones y capital semilla para vender sus productos en ferias.

“Quito es una ciudad tranquila. Yo estoy feliz de que mis hijos vayan a la escuela y se eduquen sin el miedo de las ‘vacunas’. Pero el problema acá es que hay racismo. Somos negros, pobres, pero no delincuentes”, dice Aminta, quien vive desde enero en Quito.