La democracia en peligro
Poco tiempo después de su posesión, el presidente Lenín Moreno decidió desmarcarse de la línea que su antecesor le quiso imponer. Esto, que fue difundido con sus propias palabras, quedó flotando como expectativa y generó muchas ilusiones en una población cansada del manejo autoritario del poder. El ambiente se tranquilizó, el periodismo se sintió libre del temor que implicaba decir algo en contra del régimen y la ciudadanía pudo reencontrar un clima sin persecuciones. El amo y sus mayorales desaparecieron físicamente del horizonte y el país pensó que se iniciaba una época de realizaciones y de toma de decisiones concretas.
Uno de los mayores obstáculos que afrontaba el nuevo titular del Ejecutivo era la crítica situación económica que había dejado un gobierno que dispuso de los recursos del Estado como si fueran propios y los malgastó o acaparó en beneficio del jefe y sus acólitos. Para enfrentarlo se requería de la confluencia de los diversos sectores de la sociedad nacional, y para lograr esto era imprescindible legitimar el mando mediante una seria y frontal ruptura con el oprobioso pasado.
El reto de la reinstitucionalización de la estructura del Estado asomaba como la mejor y más significativa oportunidad de crear un gran frente nacional para emprender esa necesaria tarea.
Así las cosas, la primera señal de incongruencia y falta de decisión oficial fue no incluir la pregunta sobre la continuidad o la desaparición del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social -Cpccs-, tomando en cuenta que este organismo, más que ninguno, sirvió como instrumento para la ejecución de las medidas encaminadas a diseñar un modelo de autoritarismo y control absoluto del poder.
Con esa evidente debilidad, al régimen se le ha tornado difícil la tarea de reconstruir el sistema, perseguir y contribuir a castigar la corrupción, recomponer la economía, poner el país en orden y empujar el desarrollo.
Moreno dejó abierto un flanco y no trató a los depredadores de la patria como lo que son, sus enemigos.