Quito

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El barbero identifica las zonas donde existen personas en condición vulnerable. Los aborda, les pide su autorización y les hace un cambio de ‘look’.Karina Defas

Jheivy: barbero que transforma vidas de los habitantes de calle

Esta iniciativa les devuelve la confianza y el autoestima a las personas.   La escuela de barbería empezó en el 2018 

Las calles de Quito esconden una realidad cruda. Entre carpas y cartones, hombres y mujeres viven en la oscuridad, en una lucha constante para sobrevivir entre la intemperie, indiferencia y peligro. Jheivy Mosquera, conocido como ‘Jheivy, el barbero de las calles’, conoce bien esa realidad. Vivió sin hogar desde los 14 hasta los 19 años, sin techo ni sustento, haciendo malabares y comía de la basura que encontraba en la capital.

Un día, una mano amiga le enseñó el oficio de la barbería. Esa fue la luz que lo sacó del abismo.  No solo encontró un camino para su propia vida, sino que también hizo un pacto con Dios: “Si me sacas de las calles, seré luz en la oscuridad”. Y así ha sido.

Desde hace 7 años, Mosquera recorre Quito con su iniciativa de llevar esperanza y un corte de cabello a los más necesitados. Las calles capitalinas son su oficina. Acude a lugares donde la ayuda no ha llegado y los habitantes de calle han hecho del Centro Histórico, La Magdalena y Villaflora su hogar. Con su carisma y talento ofrece un cambio de ‘look’ que va más allá de lo estético.

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El barbero, de 32 años, no va solo. Lo acompaña su estuche de herramientas que es como una “caja mágica”. En ella guarda tijeras, máquinas, cepillos, pigmentos, capas, premios, regalos e incluso Biblias pequeñas para regalar a quienes aceptan su ayuda. Su trabajo va más allá de un simple corte de cabello, busca brindar un momento de dignidad, alegría y un mensaje de esperanza. “No solo les corto el cabello, les doy palabras de ánimo y los escucho”, dice. “Muchos de ellos vienen decaídos, con historias que conmueven, pero al final se van con una sonrisa en el rostro”. Su objetivo es simple: verlos sonreír, limpios y dignos.

En su camino, se encuentra con personas como Raúl Neira, de 60 años. Él trabaja haciendo mandados en La Magdalena. Jheivy le coloca una capa roja, toma la tijera y comienza a cortar, separando mechones y dándole forma al cabello. Mientras corta, conversa con Neira, intercambian bromas y consejos. Es un momento ameno que les hace olvidar por un instante sus problemas. El arreglo puede durar hasta 30 minutos, y entre corte y risas, el tiempo se detiene.

Mosquera relata que su transformación personal lo llevó a fundar su propia escuela de barbería. Empezó dando talleres, luego estudió para ser docente y logró materializar su sueño. Su escuela, un espacio donde no solo enseña a cortar cabello, sino también a brindar apoyo y esperanza a aquellos que buscan una segunda oportunidad. “Mi objetivo es que ellos también puedan salir de las calles y ser luz para otros”, afirma con convicción.

En la escuela de Mosquera, no hay distinción entre principiantes y profesionales. Todos son bienvenidos a aprender nuevos estilos y técnicas. Los estudiantes tienen la oportunidad de realizar prácticas en centros de rehabilitación, mientras que Jheivy y sus barberos profesionales recorren las calles llevando su obra de transformación a los más necesitados.

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En compañía de cuatro barberos, también recorren las calles, colocan sillas en las aceras y las transforman en una peluquería móvilKarina Defas

Su trabajo lo ha llevado a recorrer diferentes ciudades, compartiendo su experiencia y capacitando a otros. Su incansable labor no se limita al día, pues a menudo trabaja hasta pasada la medianoche, llevando alimento a los habitantes de calle de la ciudad.

Su familia es su pilar fundamental. Su esposa, quien lo conoció cuando era una persona sin hogar, ha sido un motor de cambio en su vida. Mosquera también inculca en sus tres hijas el valor de la ayuda y la solidaridad. “Comparto esta actividad con mi familia para que conozcan la realidad que se vive en la ciudad, entregamos comida y entienden que el pan que tenemos en la casa tiene que ser valorado”.

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Su mensaje para quienes viven en las calles es claro y contundente: “No se rindan. La situación de calle es dolorosa, pero su realidad puede cambiar. Sí se puede salir de la calle. Yo salí para ser luz”.

Según datos del Patronato San José, de lo que se ha identificado en los abordajes, existen aproximadamente 1.200 personas habitantes de calle en el Distrito Metropolitano de Quito (DMQ). Sin embargo, aún no existe un censo.

Abordaje integral

Así como Jheivy Mosquera, encontró una mano amiga, el Patronato San José extiende ayuda a las personas en situación de vulnerabilidad. Lo hace a través de brigadas que recorren la ciudad día y noche, para ofrecer un camino hacia la reintegración social.

La intervención del Patronato comienza con el abordaje a personas. Un equipo especializado se acerca a ellas para conocer sus necesidades, evaluar su condición y determinar un plan de atención integral. Se realiza una sensibilización sobre los riesgos de la calle y se da a conocer los servicios disponibles, a los que pueden acceder voluntariamente.

Por ejemplo, para las personas bajo efectos de sustancias psicoactivas y bajos niveles de autovalencia ofrecen un espacio de alojamiento nocturno, atención en necesidades básicas y cuidados para evitar riesgos en la calle. Además, dan un acompañamiento psicológico emergente.

En otro de los servicios denominado Hogar Comunidad de Calle, las personas pueden acceder a cinco comidas al día y un espacio seguro para dormir, además de vestimenta y aseo. Se complementa con actividades de sensibilización, apoyo psicoemocional, asesoramiento y orientación para la construcción de un plan de vida. Se desarrollan talleres motivacionales y actividades de recreación.

El programa Hogar de Vida ofrece un servicio de intervención especializado que va más allá de la atención básica a las personas que viven en las calles. Su objetivo principal es garantizar la inclusión social, familiar, escolar y laboral efectiva de estas personas, brindándoles las herramientas necesarias para reinsertarse en la sociedad. A través del arte, la música, la expresión corporal y juegos, se busca mejorar la motricidad, la memoria, la concentración y la autoestima de estos ciudadanos.

También pueden acceder a comedores comunitarios que están ubicados en Conocoto y Calderón para personas en pobreza extrema y mendicidad.

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