La capital ostenta desde 2020 el título de ‘Ciudad Arbolada’. El reconocimiento es por contar con más de 125.600 árboles, entre especies nativas como el pumamaqui, aliso, cholán, capulí, cedro y otras. Pero la distinción, que fue otorgada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) y la Fundación Árbol Day, no profundiza en el estado de salud de esos árboles.

En varias calles se observan especies enfermas. Lucen marchitas, sin hojas, con el tronco seco, han perdido su color, están llenas de insectos, tienen plantas parasitarias o han perdido su follaje y ya no dan sombra en estos días de verano.

El Centro de Información Urbana Quito, una organización civil que busca “generar una ciudad más humana y sostenible”, publicó un estudio sobre el estado de los árboles que se encuentran en las veredas.

El resultado es que en Quito, pese a ser una de las ciudades más arboladas del mundo (está en el puesto 59), la calidad de su vegetación es deficiente.

Una muestra de 4.303 árboles analizados evidencia que menos del 1 % ha llegado a edad adulta con un desarrollo adecuado en forma y estructura, según su especie. La mayoría de árboles presentan problemas porque, por ejemplo, fueron plantados en veredas estrechas, fueron podados de forma inadecuada, porque perdieron sus hojas con alguna enfermedad o no se les dio mantenimiento.

El estudio revisó cuatro parámetros: captura de carbono, termorregulación, capacidad para interceptar poluciones y potencial de funcionalidad ecológica (poder alojar animales). “El árbol cumple muchas funciones. Una de ellas es que cuando hay arbolado en una vereda, este le sube el precio a los inmuebles. Hay un efecto paisajístico y, por supuesto, el árbol le brinda al peatón confort térmico, pues un árbol puede llegar a bajar dos o tres grados la temperatura ambiente”, indica Paulina Cubillo, geógrafa y coordinadora del Centro de Información Urbana Quito.

Otros beneficios de los árboles en buen estado es que ayudan a mejorar la calidad del aire, capturan partículas contaminantes y guardan carbono. Las dos especies que mejor lo hacen son el podocarpus y el algarrobo, de los cuales hay pocos plantados en la urbe.

Asimismo los guabos, que también escasean, son muy recomendables porque contribuyen en la regulación térmica de los ambientes (con su sombra) y por sus voluminosas hojas permiten que aves vivan en él. Pero para que los guabos sean útiles, el estudio dice que tienen que estar rodeados por arbustos y herbáceas, que aseguran el aislamiento del techo del árbol en donde están los nidos. Incluso lo aíslan de la gente que los orina, pinta, corta, raya o grafitea.

En la avenida Amazonas, cerca de El Ejido, hay tilos mutilados que han perdido casi todo su follaje. No dan sombra y sus ramas están cortadas.

Edwin Tipán, quien tiene 11 años trabajando en la Empresa Metropolitana de Obras Públicas en el área de poda de árboles, sostiene que hay ejemplares maltrechos por podas hechas con machete, lo cual afecta su desarrollo. “No saben cómo dar mantenimiento a un árbol y cortan sin dar forma. Ahí le marchitan al arbolito”, explica el obrero mientras trabaja con algunos nísperos.

En los últimos años se ha intensificado el uso es especies nativas en el arbolado de los espacios públicos. Sin embargo, esta práctica no es una garantía de que el árbol se va a desarrollar bien. De hecho, la procedencia de los árboles plantados no asegura una mayor funcionalidad ecológica o ambiental, ya que las especies nativas se enfrentan a sistemas ambientalmente degradados. Por ello es muy común ver tilos secos y sin hojas en los barrios.