Columnas

Impersonal en voz pasiva

"Lo primero que se puede decir de esta acción simultánea en cuatro cárceles es que sale cara: hay que corromper guías, policías, funcionarios, políticos..."

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"El gobierno de Lenín Moreno ha declarado todas las emergencias penitenciarias que ha podido para nada, para dejar que las crisis se resuelvan solas y cuesten los muertos que tengan que costar".Adrián Peñaherrera

En la tibia comodidad de su programa de televisión, auténtico útero con antenas donde se despereza en público, el presidente de la República habla de la masacre en las cárceles del país con la más indeterminada de las construcciones gramaticales: “Se está resolviendo”, dijo el martes por la mañana, cuando el baño de sangre no había hecho sino comenzar. El pronombre en impersonal y el verbo en voz pasiva: se estaba resolviendo solo.

En la situación de las cárceles del país, parece que la única manera de resolver una masacre en curso es resolverla en impersonal y en voz pasiva, es decir, dejar que se desarrolle hasta el final. Ese día, después de que el presidente lanzara tan edificante llamado a la tranquilidad ciudadana a las once de la mañana, la cifra de muertes fue subiendo de diez en diez a lo largo de la tarde y, por la noche, ya había superado los 70. El gobierno de las “emergencias penitenciarias” (las declaraba una tras otra y las postergaba de treinta en treinta días, de masacre en masacre) no puede, ante una emergencia declarada, hacer otra cosa que sentarse a ver.

El Estado ecuatoriano cree en las segundas oportunidades por disposición constitucional. Concibe su sistema penitenciario como un mecanismo de rehabilitación y reinserción, no de castigo. Esto, claro, es un decir. En realidad, existe un acuerdo nacional (uno de los pocos que funcionan junto con el de mantener la dolarización y el de no derogar el subsidio al gas doméstico) que establece exactamente lo contrario. Nomás hay que ver las imágenes satelitales de la cárcel de Latacunga o las tomas de Turi captadas por los drones: cemento, alambre, patios áridos, solares baldíos de tierra y malas hierbas... Nadie construyó estos edificios para rehabilitar a nadie. Estas cárceles son la expresión arquitectónica de las políticas públicas sobre narcotráfico heredadas del correísmo: guerra a muerte a los pequeños traficantes, puertas abiertas a los grandes carteles.

Los panfletos reivindicatorios hablan de un ajuste de cuentas del cartel Nueva Generación a sus bandas rivales. 70 muertos. Es un acto de guerra a escala mexicana, que es decir mucho, pero el Ecuador tiene la indolencia suficiente para tomar como normales incluso las cosas que no habían ocurrido nunca. Lo primero que se debe decir sobre esta acción simultánea en cuatro cárceles del país es que cuesta mucho dinero. Para hacer algo así hay que corromper guías, policías, funcionarios... Para hacer algo así hay que corromper políticos, que salen más caros. En resumen: lo que ocurrió el martes es una demostración del narcotráfico haciendo lo que sabe: corromperlo todo; en el mundo de la política, es el estado de cosas ideal para más de uno.

El gobierno de Lenín Moreno ha declarado todas las emergencias penitenciarias que ha podido para nada, para dejar que las crisis se resuelvan solas y cuesten los muertos que tengan que costar. Intentar una reforma real de las prisiones sería pedir demasiado: sería meterse hasta el fondo de la corrupción más dura, la que es mejor no tocar.