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Inés Manzano | Ven, no tardes tanto

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Estos próximos días, tan bellos, tan llenos de gracia, de amor, son quizás momentos idóneos para que el alma acuda a un encuentro íntimo...

Cuando leí las Misericordias de Dios, escrito por Santa Teresa de Jesús, una vida marcada por la cruz, recibí un regalo, entre otros tantos. Recibí un consejo que se los comparto resumido: podemos decir que los que comienzan a hacer oración son los que sacan el agua del pozo. Se recogen los sentidos en una sola tarea, se evita dispersarse; y estando en soledad y apartados, se piensa en la vida pasada o en las actividades recientes. Y esa ‘agua’ (lágrimas, ternura y sentimiento interior) debe sustentar y hacer crecer las virtudes.

Dios nos ayudará en el entendimiento y dimensión de nuestro aquí y ahora para conducir un futuro apegado al bien.

Muchos pensarán que la oración es complicada, monótona y que no rinde. Nos parece que lo damos todo y es que ofrecemos a Dios solo la ‘renta o los frutos’. Pero la oración es un diálogo, un encuentro íntimo y verdadero, no una repetición de oraciones, es una clara intención de que nos queremos acercar a la luz.

No es exclusivo de los católicos, es una recomendación para todas las personas con buena voluntad, con ganas de vivir en paz. El papa Francisco dice que la oración es la medicina de la fe, y que cuando te quieres curar debes acudir a ella.

Pero, ¿quién ha ejercido esa oración que lleva a cambiar al mundo desde hace 2023 años? Es justamente el bebé que espera María en estos momentos: Jesús. Él, que en sus momentos más importantes acudía a ese encuentro intimo. Él es ejemplo de obediencia perfecta, de santidad, piedad y pureza; de sabiduría y amor.

Y asimismo, quienes fueron tocados por su presencia, aun siendo bebé, fueron inspirados en la oración. Su propia madre, con el Magnificat, pues ya estaba Jesús en su vientre; o cuando Simeón lo conoce al pie del templo a los pocos días de nacido; o la profetisa Ana.

Y fue el mismo Jesús quien enseñó a sus discípulos aquella oración que compartimos todos, el Padre Nuestro; a orar apartados, a pedir lo que necesitamos.

Escuchaba el domingo pasado una homilía muy linda, en la que el sacerdote decía que las luces con que se adorna el árbol de Navidad son un símbolo de la luz interior, de cómo debes brillar e iluminar. Y el papa san Juan Pablo II explicó en el año 2004 que el árbol exalta el valor de la vida, y agregó que “la vida permanece siempre verde si se convierte en don: no tanto de cosas materiales, cuanto de sí mismos; en la amistad y en el afecto sincero, en la ayuda fraterna y en el perdón, en el tiempo compartido y en la escucha recíproca”. Con lo que puede concluir que ese encuentro o diálogo, como la oración, es el que nos ayudará a ser diáfanos y guía para otros.

Estos próximos días, tan bellos, tan llenos de gracia, de amor, son quizás momentos idóneos para que el alma acuda a un encuentro íntimo, propio, de reconocimiento del amor, de las faltas, de los sueños ordenados, de las intenciones y de las acciones, a través de la oración reflexiva.

Nuestras necesidades como ecuatorianos son muchas, entre esas no solo que la sociedad civil participe en evitar la inseguridad, la corrupción y en educar con valores a las familias, sino que a esa sociedad civil hay que enseñarle un camino de oración, para encontrarse con sus virtudes y ejercerlas.

Como dice el villancico: ¡Ven, no tardes tanto!