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Robert Skidelsky: Pesimismo poscapitalista

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Frente a una opción entre capitalismo parasitario y neofascismo emergente, el pesimismo es razonable

En 2023 el crítico literario Fredric Jameson observó brillantemente que “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Por primera vez en dos siglos, observó, se veía al capitalismo como algo destructivo e irreversible. La pérdida de la fe en la posibilidad de un futuro poscapitalista ha alimentado un pesimismo profundo. Esta desesperación prevaleciente evoca el ensayo de 1930 de John Maynard Keynes: Las posibilidades económicas de nuestros nietos, en el que advertía sobre los “dos errores opuestos del pesimismo”. El primero era el “de los revolucionarios que piensan que las cosas están tan mal que nada nos puede salvar si no un cambio violento”. El segundo era el de los reaccionarios que consideran que las estructuras económicas y sociales son “tan precarias que no debemos arriesgarnos a ningún experimento”. En respuesta a los pesimismos de su época, Keynes ofrecía una visión alternativa que predecía que la tecnología introduciría una era de abundancia sin precedentes. En el lapso de un siglo el continuo progreso tecnológico elevaría los estándares de vida -al menos en el mundo “civilizado”- entre cuatro y ocho veces por encima de cómo eran en los años 1920. Esto permitiría que los nietos de su generación trabajaran una fracción de las horas que habían trabajado sus ancestros. La teoría del empleo de corto plazo por la cual Keynes es muy reconocido era parte de esta visión más amplia de la utopía tecnológica. Si bien para Keynes las ideas de Karl Marx eran incomprensibles, su visión de un futuro poscapitalista se asemejaba a la de Marx en La ideología alemana. Marx consideraba que el capitalismo era un medio para resolver el problema de la producción y el comunismo era visto como una manera de administrar la distribución, eliminando la necesidad de una división de la mano de obra. Al igual que Keynes, la visión del futuro de Marx abogaba por el aficionado cultivado -rol tradicionalmente reservado para la aristocracia-, sin estar confinado al rol de cazador, pescador, pastor o crítico. Al igual que Keynes, veía al capitalismo como un calvario que la humanidad tenía que transitar para poder democratizar la buena vida. El pesimismo de hoy es más profundo que el que Keynes identificaba en 1930. Los revolucionarios izquierdistas aún añoran una caída del capitalismo, pero no han sabido ofrecer una alternativa política viable desde el colapso del comunismo soviético. El conservadurismo ha evolucionado en la ‘derecha radical’, caracterizada por resentimiento y chauvinismo, pero carente de una visión coherente para un futuro armonioso. Ninguna ofrece luz al final del túnel. La falta de una visión redentora sostiene, y en parte define, el pesimismo prevaleciente. Mientras Keynes y Marx creían en el poder emancipador de las máquinas, la tecnología hoy es vista, en general, como una amenaza, aún si ella y el futuro siguen profundamente entrelazados. Keynes y Marx suponían que el capitalismo caería mucho antes de que la naturaleza se rebelara contra su explotación; hoy enfrentamos la amenaza existencial del cambio climático, con pocas esperanzas de un esfuerzo global exitoso para combatirlo. Más alarmante aún es el hecho de que la confianza pública en la capacidad de los sistemas democráticos para ofrecer progreso significativo se está erosionando a pasos acelerados. Pero considerando que ni el fin del mundo ni el del capitalismo parecen inminentes, ¿adónde vamos de ahora en más?