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Alfonso Albán | La deuda de los políticos

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Es hora de que todos los partidos y movimientos políticos pongan la barba en remojo

¿Hacia dónde apuntar el dedo? Según la mirada, unos señalarán al Consejo de la Judicatura por ubicar en las unidades judiciales a jueces y fiscales débiles y serviles; y otros apuntarán al narcotráfico, por tentar a la justicia y someterla con el poder del miedo y del dinero. Todos tienen un grado de responsabilidad, por supuesto. Pero mi dedo apunta, principalmente, a la clase política y de manera particular a aquellas dos organizaciones que ahora están embarradas por los casos Metástasis y Purga: la Revolución Ciudadana y el Partido Social Cristiano.

¿Cómo permitieron que se colaran en sus filas personajes como Ronny Aleaga y Pablo Muentes? La única respuesta que encuentro es que adentro lo sabían. Porque no se entiende que aún, pese a la evidencia y acusación fiscal, los sigan aupando con declaraciones en redes sociales y con su silencio. ¿Qué saben Aleaga y Muentes? ¿A quiénes implican? ¿A quiénes encubren?

La clase política, pasada y reciente, le ha fallado muchas veces a los ciudadanos. Este es el verdadero y principal problema del país: una clase política avariciosa, a la que no le importa en lo más mínimo candidatizar a personajes con escaso valor moral y mucho de inmoral, que se lava las manos o las mete al fuego por ellos sin la mayor vergüenza. La deuda con los ciudadanos debe ser pagada.

Ya es hora de que todos los partidos y movimientos políticos pongan la barba en remojo. Los ciudadanos merecemos, primero, verdaderos partidos políticos, no empresas electorales ni conspiradores con intereses partidistas. Merecemos candidatos de calidad, no necesariamente los más conocidos o los que más dinero pueden aportar a la campaña, sino los más probos y con mejores propuestas para el país. Pero nada de esto será posible si no hacen un ‘mea culpa’ y aceptan que nos han fallado en múltiples ocasiones por sus acciones u omisiones. Por cooptar la justicia para sus intereses. Por utilizar su representatividad legislativa para sus beneficios partidistas. Por degradar hasta lo más bajo a la primera Función del Estado.

El cambio es solo un paso que resulta necesario darlo en algún momento para sanear la política. Con los mismos líderes políticos será imposible. Ahí hay que empezar.