Cartas de lectores: En la solemnidad de Pentecostés

Pentecostés nos invita a vivir en el Espíritu Santo, con fe, oración y docilidad para dar frutos y renovar la Iglesia.

Pentecostés debe ser el fundamento de nuestra forma de pensar, de reaccionar y de vivir como verdaderos cristianos. Con esta solemnidad de Pentecostés damos por terminada la Pascua al cumplirse 50 días de la Resurrección y Ascensión de nuestro Señor Jesucristo

Con esta fiesta se conmemora la venida del Espíritu Santo no solo a su Madre sino a los apóstoles reunidos en el Cenáculo; se posó sobre cada uno de ellos en forma de lenguas de fuego, siendo transformados por la tercera persona de la Santísima Trinidad, dándoles poder y coraje para hablar de Dios y sus verdades, evangelizar, curar a los enfermos en cuerpo y alma, hablar en diferentes lenguas y así poder ser escuchados por todos. De esta manera nació nuestra Iglesia católica.

Debemos sentir que la presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia son la prenda y la anticipación de la felicidad eterna, de esa alegría y esa paz que Dios nos tiene preparadas si lo seguimos con fidelidad. No se puede tener fe en el Espíritu Santo sino hay fe en Cristo, en su doctrina, en los sacramentos y en su Iglesia. Por desgracia, el Paráclito es para muchos de nosotros el ‘gran desconocido’.

Debemos tratarlo con: 1) Docilidad, es decir, dejarnos acariciar por Él y así lograr que nuestros pensamientos, deseos y obras sean de su agrado. 2) Vida de oración, tener diálogo sincero con ese Ser Divino que nos ama sin poner condición. 3) Unión con la cruz, ya que el Espíritu Santo es fruto de la cruz, de la entrega total a Dios, de buscar su gloria y de poder renunciar a nuestro yo para convertirnos en ‘un barro nuevo’.

La persona que vive en verdadera fe recibe con plenitud el “gran fuego, la gran luz, la verdadera consolación” y se sentirá siempre cerca de la Santísima Trinidad (Padre-Hijo-Espíritu Santo).

Digamos con toda el alma : Tú eres Espíritu Santo mi mejor amigo, por eso yo pido tus dones como algo divino; de ellos sé que frutos obtendré junto con tus bendiciones.

Pidamos esos siete dones con humildad: sabiduría, entendimiento, fortaleza, consejo, ciencia, piedad y santo temor de Dios.

Para responder a su generosidad, no le pongamos obstáculos para que Él pueda producir los siguientes frutos en nuestra vida: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo.

Recordemos siempre que: “los cristianos llevamos los grandes tesoros de la Gracia en vasos de barro”.

Martha Reclat de Ortiz