Cartas de lectores | La muerte
Al final de los tiempos ella será lanzada al lago de fuego ardiente por toda la eternidad
Hemos importado desde tierras agrestes el culto a la muerte. A ella se le ofrecen libaciones, sacrificios y holocaustos para saciar su inagotable deseo de llenar el inframundo con esqueletos humanos. Se la disfraza como calaca con túnica talar, portando en cada mano huesuda, un rosario y una guadaña. Sus fieles se postran en actitud reverente, ante un altar con velas y sahumerios, para festejar el día de los muertos. Con satánica devoción, sus devotos cuelgan cadáveres de puentes, incineran cuerpos de asesinados, cortan en pedacitos los miembros y los reparten en bolsas plásticas o en sacos de yute arrojados en malolientes muladares o dejados ‘exprofeso’ a vista de todos. Se practica en suelo patrio el llevar al más allá a indefensos embriones de úteros mal agradecidos que buscan desalojar al producto de un momento de placer. Con cureta se rompe un ser vivo en mil pedazos, hasta dejarlo exánime. Nuestros galenos ya cuentan con permiso de la autoridad para dar una edulcorada eutanasia a cualquier sufriente. Bastan un suero, ciertas pociones letales y una dosis de consuelo familiar para despedir al quejumbroso mortal y trasladarlo a las manos de la Dama de la Guadaña. Muchos ignoran que el fin de la muerte se acerca. Al final de los tiempos ella será lanzada al lago de fuego ardiente por toda la eternidad. Una vez terminado su imperio, empezará una nueva vida y vida en abundancia para aquellos que con sinceridad buscan al único que puede salvarnos: Jesucristo, el Hijo de Dios.
Gustavo Vela Ycaza