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Los difuntos se acumulan en el IESS del Teodoro Maldonado como basura. La denuncia la hizo un médico a la periodista Bessy Granja.Cortesía

Testimonios del COVID-19: El virus les robó la despedida

La emergencia resigna a los deudos a entregar los cuerpos de sus seres queridos sin certeza de saber de ellos nuevamente.

Marcó el 911. Otra vez esa voz. “Espere, tenga paciencia. Ya está en lista”. Cerró el teléfono y miró a su padre muerto sobre la cama, envuelto en las sábanas viejas con las que lo cubrió hace cuatro días. El olor en la habitación era insoportable. Tenía que actuar.

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Del Horizonte del Fortín, manzana 10, solar 7, norte de Guayaquil, Héctor Solís, de apenas 22 años, caminó hasta la Unidad de Policía Comunitaria (UPC) más cercana, entró, pidió ayuda y, otra vez, esa respuesta. “Tiene que esperar. Si ya llamó, tiene que esperar”.

Luber Inocente Solís Galarza, su padre, de 50 años, entraba en estado de descomposición en casa tras una semana de agonía con síntomas de COVID-19. Los vecinos marcaban presión. No hubo tiempo para el luto. Héctor, el mayor de tres hermanos, estaba al borde del colapso en la esquina de la UPC cuando vio pasar la camioneta que le quitaría de encima la desesperación, pero que marcaría para siempre el recuerdo que conserva de su padre, la del servicio de morgue.

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Un féretro en el parque que está a la bajada de El Portón, en Urdesa.Cortesía

Hay dos grupos de fallecidos en esta emergencia. Los de casa y los de los hospitales. Estos últimos dejan postales dantescas de tiempos de guerra, con cadáveres apilados como basura, en donde los familiares deben buscar a los suyos como mercadería barata.

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El IESS de Ceibos reconoció haber movilizado un contenedor frigorífico para los cuerpos, que, dijo, “son un número considerable”, tras un vídeo que se alertó en redes sociales.

Entre los deudos de ambos grupos están los que insisten en enterrar a sus muertos por su cuenta y los que no tienen medios ni otra opción que entregarlos sin saber el destino final de estos. Héctor Solís, y decenas de familias pobres guayaquileñas pertenecen a este grupo y son, también, las que han esperado hasta cinco días por el retiro de cadáveres.

Tenemos 150 personas ya inhumadas en el camposanto de La Paz, el lunes (6 de abril) vamos a publicar en línea la página donde podrán los deudos saber dónde está sepultado su familiar. Terminando la pandemia podrán irlos a visitar.

Jorge Wated, presidente de BanEcuador

Al ver la camioneta de la morgue, la detuvo. Casi se pone de rodillas para que el personal, que aseguró que “iban repletos de muertos”, ceda ante sus súplicas. Minutos después, el vehículo que esperó cuatro días y medio entró al garaje de su vivienda el jueves pasado. “Tienes que ayudar. Eres el hijo”, condicionó con tono áspero un oficial al bajar y ponerse en marcha para la labor. Le estiró unos guantes. Y arrugó la nariz. El olor de nuevo.

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Héctor tragó saliva. Se puso la prenda y una mascarilla que un vecino le prestó. “¿Sin más implementos?, preguntó. “No, Si ya murió él, murió el virus”, dijo el agente, desconociendo que, según médicos, estar cerca de un cadáver en descomposición puede afectar la salud.

“Actuaban como si les fastidiara esto. Y entiendo, es un trabajo difícil retirar un cadáver, pero deben comprender el dolor. Fueron insensibles”.

Agarró la sábana y allí estaba su padre, el hombre risueño que vivía del comercio informal vendía aguas aromáticas en un mercado. Deforme e hinchado. “Me daba la impresión de que estaba sufriendo”, recuerda. 

No hubo despedida. Solo un “Ya olvídate del cadáver. Ya hice mi trabajo en venir a recogerlo” que aún le raspa la garganta. 

Hubiera querido que su cuerpo descanse en paz, pero era eso o que se siga descomponiendo aquí.

Héctor Solís, deudo.

El Estado ecuatoriano ha puesto en las filas de la labor de recolección de cadáveres no solo a personal del Ministerio de Salud, sino también a agentes de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional. Aún así, en esta ciudad en donde se predice desde la Presidencia unos 3.500 muertos por el virus, no alcanza la logística y hay ‘embotellamientos’ para recoger cuerpos, como describió el viceministro de Salud, Ernesto Carrasco.

El cuerpo de Luber Inocente Solís Galarza fue llevado, como todos los fallecidos que recoge el equipo, a un terreno en el camposanto Parque de la Paz. Familias enteras desconocen los paraderos. Esto aunque el Gobierno ha insistido en que “se harán entierros individuales a las víctimas”.

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Luber Inocente Solís Galarza (de verde), en una de las reuniones con su familia.Cortesía

La mística de la muerte en Ecuador tiene rituales que el virus ha arrebatado de las manos. Se acabaron el café con roscas y las conversaciones largas durante las madrugadas, en medio de los sollozos y abrazos del velatorio. Se acabaron las velas prendidas, los ramos de flores, la contemplación del que se va y el consuelo de un abrazo en medio del dolor. Solo queda la ausencia.

Conociendo el escenario que rodea las muertes en Ecuador, muchos se rehusan a que el Estado se lleve a sus muertos. De allí las filas largas en los cementerios los últimos días, con personas que deben separar turnos y esperar hasta tres y cuatro días para poder enterrar a sus difuntos.

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Carmen Morán es una de ellas. Su padre murió el miércoles, en casa, y debió vivir una odisea para poder conseguir el certificado de defunción y un documento emitido por el Hospital de Infectología para proceder al entierro en un camposanto local, en donde recién pudo enterrarlo este domingo 4 de abril, tras horas de trámite en las que, incluso, le dieron un ticket para “separar turno”, porque había mucha demanda.

“Mi padre estuvo solo, en un local que alquilé, porque los vecinos del barrio reclamaban que me lleve el cuerpo”, cuenta. Ella organizó un velatorio virtual con su familia. Al menos sí sabrá dónde está el cuerpo de su padre.

Un protocolo que no se respeta

Después de que el Comité de Operaciones de Emergencia (COE) Nacional autorizara que la Policía y las Fuerzas Armadas se hicieran cargo del traslado de cadáveres se definieron los lineamientos frente a dos escenarios que, según denuncian muchos familiares de fallecidos a este Diario, no se cumple a cabalidad.

Si el cuerpo es hallado en una provincia donde las instituciones encargadas de la manipulación y disposición final del cadáveres con COVID-19 mantienen la capacidad de respuesta, este se enterrará en un cementerio gestionado por los servicios funerarios o por el Gobierno. La situación aplica para personas que fallecen tanto en hospitales como en casas.

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Si por el contrario, el cadáver es recogido en una provincia o área donde las instituciones encargadas de la manipulación y disposición final de cadáveres han superado su capacidad de respuesta, como el caso de Guayaquil, los cuerpos deberán ser llevados primero a un centro de acopio temporal en donde se coordinará “entre las instituciones competentes su disposición final”. El centro será definido y gestionado por el Ministerio de Salud y funcionará las 24/7. CBS