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Situación. Diferentes ciudadanos consultados aseguran que optan por reunirse en sitios con amplio resguardo.Christian Vinueza

La inseguridad perturba las citas y reuniones con amigos o familia

Ciudadanos confiesan que han dejado de frecuentar espacios abiertos y optan por sitios cerrados y resguardados

La ola criminal ha acorralado a la ciudadanía. Y es que la lucha contra este problema, pese a las medidas fijadas en los últimos meses por parte del Gobierno, no parece haber dado mayores resultados. A consecuencia de ello, las familias viven no solo en constante zozobra. Por eso intentan hallar un espacio seguro para entretenerse, algo que se ha vuelto una tarea compleja.

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Así lo confirman los guayaquileños, que para evitar el riesgo de ser asaltados, han optado por salir menos, celebrar fiestas o hacer cenas entre amigos en casa, o ir a restaurantes en zonas donde por lo mínimo haya cámaras y guardias.

“Mis salidas ya no son las de antes. Hasta hace algunos años, decidir dónde comer con mis amigos o mi novio implicaba solo rodar por alguna calle y detenernos a disfrutar y ya. Ahora, damos vueltas y vueltas, vemos cuánta gente hay, si hay seguridad o, más aún, si el espacio es cerrado y tiene rejas. Es una locura. No debería pasar eso aquí. Guayaquil tiene espacios lindos, una oferta gastronómica variada y rica. Tiene todo para que no exista la necesidad de pensar tanto a dónde ir, pero pasa. Y eso nos está fregando a todos”, relata Nicole Bejarano, habitante de Urdesa de 27 años.

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PedidoLa ciudadanía exige que la estrategia del gobierno no sea solo capturar delincuentes, sino retomar las calles con el arte y la cultura.

Los guayaquileños alegan que han llegado a pagar hasta dos o tres veces más de lo que gastaban en una salida habitual, al tener que escoger un sitio que los resguarde.

Más que no salir, siento que la gente conecta menos por temor a hablar con alguien en malos pasos. La gente sale, pero se han perdido esas ganas de conocer más personas.

Luis Neira

ciudadano

“Me encanta frecuentar la zona rosa, yo amaba caminar por Las Peñas; pero con todo lo que pasa en Guayaquil, prefiero gastar más dinero y estar en lugares un poco más seguros, como Ceibos, vía a la costa, Puerto Santa Ana o La Puntilla (Samborondón), donde se levantan las plazas que están rodeadas de seguridad privada. Aun así, el miedo prevalece. Es un acompañante más donde sea que me encuentre”, reconoce Rodrigo Chicaiza, quien junto a su pareja recorría Puerto Santa Ana.

Gabriela García, de igual manera, asegura a EXPRESO que se ha visto obligada en los últimos 12 meses a cambiar sus rutinas y puntos de encuentro.

“A mí me encantaba salir a comer shawarma, helados, moro o burritos en Urdesa, La Garzota o cualquier lugar del norte de Guayaquil. Me gustaba comer y luego caminar. Había gente en las veredas, en sus carros estacionados, y eso era el reflejo de que había vida. Siempre gastaba menos de 20 o 30 dólares. Ahora con tal de salir y no pasar encerrada, prácticamente paso en Samborondón. Y eso implica salir menos, ya no cada semana”, comenta.

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En un recorrido que hizo EXPRESO pudo constatar, por ejemplo, que los sitios donde los vehículos incluso hacen fila para entrar son las plazas comerciales y gastronómicas. En la Víctor Emilio Estrada de Urdesa, en la calle principal de Miraflores y en las huecas de Sauces y la Alborada, la afluencia era menor. Lo que sí se observa es a motociclistas retirando pedidos. En todos los sitios, llegaba un repartidor tras otro, lo que confirma lo dicho por los entrevistados para este reportaje: ahora la principal opción es quedarse en casa, pedir comida y armar la fiesta en el hogar.

La familia de Andrés Cujilán, quien habita en el norte de Guayaquil, asegura que se ha vuelto sedentaria, ya que ni al parque salen sus hijos. “Si salen es conmigo o mi esposa y en la tarde, antes de que caiga el sol. Por el momento, las noches están prohibidas. No hay garantías de nada”, analiza.

Sin embargo, hay quienes han restringido sus salidas por completo de forma temporal, pues sostienen que ni las rejas ni las cámaras van a resguardar sus vidas en algún momento crítico.

Mis hijos ya ni salen de la casa, con tal de tenerlos seguros. Los únicos lugares calmados son aquellos con más guardianía, pero coincide que son más caros. Solo eso queda.

Andrés Cujilán

ciudadano

A Adrián Mancilla, ni el hecho de salir menos con sus amigos o ir a lugares más vigilados le genera calma, pues el simple hecho de movilizarse hacia estos sitios seguros le significa exponerse a una ruta en donde puede encontrarse con antisociales.

“Incluso en estos espacios están comenzando a evidenciarse cada vez más hechos sangrientos. Hace poco mataron a alguien en los exteriores de un centro comercial de La Aurora. ¿Dónde quedó el Plan Fénix? ¿Acaso sigue en cenizas? Porque ni en mi casa estoy tranquilo. Y los semáforos de Guayaquil son puntos muy críticos. Ver la luz en roja es un suplicio”, argumenta.

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El miedo es tal que hay quienes incluso buscan llegar más temprano a sus trabajos, para terminar sus asignaciones temprano y salir antes de su oficina.

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“La empresa donde trabajo tiene asignaciones definidas por día. Si las termino antes y cumplo mis ocho horas, puedo irme, y eso es lo que he estado haciendo desde noviembre. La oscuridad me genera hoy desconfianza, algo que nunca antes pasaba”, indica Soledad Páez, residente de la Kennedy que se levanta a las 05:00 todos los días para empezar con su nueva rutina.

No obstante, la inseguridad y violencia que experimenta Guayaquil (y todo el país) ha trastocado también la capacidad de socializar. Las amistades que nacían durante las salidas espontáneas a discotecas o bares, ya no se dan como antes. Todos desconfían de todos, coinciden. Y en el caso de las chicas, si ven a una joven en posible riesgo, la integran para protegerla.

“Hay desconfianza de conocer personas como antes, pero lo que sí tenemos claro es que debemos ayudar. En el caso de mi grupo de amigas, por ejemplo, cuando estamos en un bar y vemos a una chica sola, que se incomoda cuando alguien se le acerca mucho, nosotros la metemos al grupo. Hay un sentimiento de hermandad, que aleja a quien pueda intentar hacerle daño”, cuenta Alba Toledo, quien vive en Álamos Norte.

Desde hace tres meses que no tengo una cita real con mi novia, solo pedimos comida o vemos películas en casa. Salir se volvió algo extraño. Y si lo hacemos, lo pensamos bien.

Jaime Vásquez

ciudadano

Frente a esta situación, la ciudadanía solo pide una cosa: trabajar de verdad. Piden que se priorice reconstruir el tejido social por medio de iniciativas que le permitan al ciudadano adueñarse del espacio público.

“Teatro en vivo en los barrios, la peatonalización de las calles, arte y cultura en ellas, parques iluminados... Todo sumará para que esa percepción de seguridad vuelva a nuestras vidas”, plantea Juan Orellana, quien trabaja en el centro de la urbe porteña.

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