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Willian Pacho es uno de los mejores defensores de la Ligue 1 con la camiseta de PSG.cortesía

Desde El Blanquito hasta París: el corazón de Willian Pacho nunca se fue de su barrio

Desde un barrio humilde en Quinindé forjó su camino el defensa que representará a Ecuador en la final de Champions League

Todo comenzó en una cancha improvisada de tierra. En Luz de América, Quinindé, los recuerdos de la infancia de Willian Pacho aún vibran entre arcos de madera, balones gastados y el esfuerzo de una madre que lavaba ropa en el río Blanco.

En ese barrio pequeño, de calles que forman una ‘Y’, creció el ahora defensa del Paris Saint-Germain, quien el sábado 31 de mayo (14:00) disputará la final de la Champions League ante el Inter de Milán. Pero su historia no nació en estadios lujosos, sino en El Blanquito, como llaman al barrio.

Cada mañana, el sector se despierta con el vapor del río y el olor a café. Desde casas humildes suenan viejas melodías de salsa: Ismael Rivera, Héctor Lavoe, Joe Arroyo. La música es parte del alma del lugar.

“Willian era un niño humilde, bien educado. Le gustaba mucho la pelota, igualito que mi nieto ahora”, cuenta doña Graciela Góngora, vecina del sector. Recuerda verlo correr por calles de tierra donde dos palos bastaban para formar un arco.

Willian Pacho
El Blanquito tiene pocas casas, casi todas con techos de zinc, muros sin pintar, manchas de humedad y patios que se funden con la vegetación.Luis Cheme

“A veces se trepaba al arco. Yo le decía ‘¡Bájate, te vas a caer!’ y él respondía ‘Tú no eres mi papá’”, rememora entre risas. “Pero nunca fue malcriado, era un niño bueno”.

Heredó el espíritu materno

Hoy, la casa donde vivió Willian está alquilada y silenciosa. La voz de su madre, Glenda Tenorio, ya no se escucha. “Luchadora y guerrera”, como la recuerda Graciela, Glenda murió hace más de cuatro años, poco después de que Willian jugó su primer partido internacional. No alcanzó a ver plenamente al hombre en que su hijo se convirtió.

Casa de Willian Pacho en Quinindé.
Hoy, la casa donde vivió Willian está alquilada y silenciosa.Luis Cheme

El Blanquito tiene pocas casas, casi todas con techos de zinc, muros sin pintar, manchas de humedad y patios que se funden con la vegetación. Todavía se escuchan gallos por la mañana y fútbol improvisado por las tardes.

“Jugábamos todos los días hasta las siete de la noche. Se armaban buenos partidos, llegaba harta gente”, comenta Jaime Castillo, otro vecino.

Hoy hay silencio, casas vacías y sueños suspendidos. Algunos jóvenes tienen talento, pero no zapatos. Otros dejaron de soñar por culpa del hambre.

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Agasajos a sus vecinos

La historia de Pacho es también la de su barrio. Aunque no regrese con frecuencia, su presencia se siente. Desde Europa, organiza celebraciones para los niños, entrega canastas a madres, envía juguetes, comida y alegría.

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“Él dijo que si algún día llegaba a ser alguien, iba a ayudar a sus vecinos, a su barrio. Y lo ha hecho con nosotros”, asevera Graciela con la voz quebrada. “Glenda lo decía: ‘Cuando mi hijo llegue, yo no me olvido de ustedes’”.

Y cumplió. Bajo una mata de guanábana, un niño patea una pelota desinflada. Su camiseta azul lleva el número 51, como la de Pacho. Su madre lo observa desde la ventana.

Más allá, el río Blanco corre tranquilo, testigo de tantas luchas. A su orilla aún se ven las piedras donde Glenda y otras mujeres golpeaban la ropa.

Casa de Willian Pacho en Quinindé.
Moradores del sector caminan junto a la casa donde Pacho creció.Luis cheme

“Aquí, en el río, ella lavaba ropa para poder dar a sus hijos lo que necesitaban”, indica Graciela. “Trabajaba duro y nunca renegaba. Era una mujer de fe”.

“Es nuestro hijo”

El Blanquito guarda silencios que gritan. Es un barrio herido pero fuerte, donde la memoria y la esperanza conviven. Y es que cuando Pacho salte a la cancha mañana, habrá televisores encendidos, oraciones al cielo y corazones latiendo fuerte.

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