Primero vinieron por Assange

Mis reuniones con el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, siempre tuvieron lugar en la misma habitación pequeña. Como saben los servicios de inteligencia de varios países, lo visité en la embajada de Ecuador en Londres muchas veces entre 2015 y 2018. Un dispositivo emitía un ruido blanco agobiante para contrarrestar los dispositivos de escucha. La sala claustrofóbica, la cámara muy mal escondida, el ruido blanco y el aire rancio me producían ganas de salir corriendo. Los detractores de Assange han dicho por años que su confinamiento era autoinfligido, que huyó tras el pago de una fianza en Reino Unido para evitar responder por acusaciones de ataque sexual en Suecia. Recuerdo decirle que, en su lugar, habría querido enfrentar a mis acusadoras y escucharlas.

Me respondió que él también, “pero, dijo, “si fuera a Estocolmo me dejarían incomunicado y antes de que tuviera posibilidad de responder a cualquier acusación, me habrían despachado a una cárcel de máxima seguridad de EE. UU.”. Me mostró el ofrecimiento de sus abogados a las autoridades suecas de ir a Estocolmo si le garantizaban no ser extraditado a EE. UU. bajo cargos de espionaje. Suecia nunca tuvo en cuenta la propuesta. En los años que pasó Assange en la embajada de Ecuador, en circunstancias que NN. UU. consideró una “detención arbitraria”, amigos y colegas se burlaban de su miedo y me fustigaban por creer en él.

Ahora está languideciendo en una cárcel de alta seguridad inglesa, en una celda sin ventanas en el sótano, con menos aire fresco y menos luz que antes. Permítanme dejar sentada mi frustración por su apoyo al ‘brexit’, sus ataques imprudentes a sus críticas feministas, su editorialización a favor de Trump y sus comunicaciones con la gente de Trump (le manifesté esta frustración en la cara varias veces). Pero castigar a WikiLeaks por no publicar filtraciones que dañen a todos los bandos por igual es no entender la situación, pues se creó como un buzón digital donde cualquier denunciante podía depositar información verdadera y de interés público.

Por naturaleza, no puede controlar quién filtra qué; su tecnología impide incluso a Assange conocer la identidad de un denunciante. La mayoría de filtraciones incomodarán a las potencias occidentales, ese es el gran servicio. Ahora que Chelsea Manning está nuevamente en prisión por negarse a confesar que Assange la incitó o ayudó a filtrar pruebas de las atrocidades de EE. UU. en Irak y Afganistán, Pompeo describió a WikiLeaks como “un servicio de inteligencia hostil no estatal”, una descripción precisa de lo que todo medio periodístico que se precie de tal debería ser y los periodistas que no se oponen a la extradición de Assange a EE. UU. podrían ser los próximos en la lista negra de un presidente que los considera el “enemigo del pueblo”. Celebrar su arresto y hacer la vista gorda al sufrimiento de Manning es un regalo para los enemigos del liberalismo.

La otra víctima: las mujeres. Ninguna mujer, en cualquier parte, recibirá justicia si encierran a Assange por revelar crímenes contra la humanidad. Juntemos fuerzas para impedir su extradición a EE. UU., que pueda viajar a Estocolmo. Trabajemos juntos para empoderar a las mujeres, protegiendo a los denunciantes que revelen un comportamiento infame que gobiernos, ejércitos y corporaciones preferirían esconder.

Yanis Varoufakis. Exministro de Finanzas de Grecia, es profesor de Economía en la Universidad de Atenas.

Pompeo describió a WikiLeaks como “un servicio de inteligencia hostil no estatal”, una descripción precisa de lo que todo medio periodístico que se precie de tal debería ser...’.