El problema

Para tiempos de un quemeimportismo desbocado y de la mediocridad como medida de excelencia, quizás convenga un poco de poesía. Y un mucho de terquedad. La poesía la pone Silvio Rodríguez, un servidor la terquedad. “El problema no es repetir el ayer como fórmula para salvarse... El problema no es de la moda mundial, ni de que haya tanta mala memoria”, dice el poeta.

O sea: el problema no es que haya unos asaltantes de caminos que nos roben nuestros hospitales y escuelas y esperanzas como si mañana el mundo se acabara: el problema es que los elegimos. El problema no es que exista el FMI -es decir unos prestamistas foráneos cuyo único interés es ganar plata- sino que le hagamos caso sacrificando siempre a los que menos tienen. El problema no fue que Jorge Glas plagiara una tesis y que hoy muchos ‘masters’ y doctores lo sigan haciendo en las narices de sus rectores indolentes: el problema es que siempre habrá una comisión, como la de la Espol, que santifique el bochorno.

El problema no es que haya mafias que necesitan la precariedad de las cárceles para mantener sus múltiples negocios (la oferta del mes: como ahora hace frío, cobran a un reo $15 por alquilarle una sábana y $26 por una colcha): el problema es que el Gobierno lo sabe. El problema no es que haya jueces y fiscales infames que todo lo tarifan: el problema es que no denunciemos que viven con gustos de champán, pero ingresos de cerveza.

El problema no es que casi 30 años de administración socialcristiana en Guayaquil no hayan resuelto la contaminación del Estero, el tráfico vehicular demente, la inexistencia de los derechos del peatón, las canteras en plena urbe o los 20 mil baches: el problema es que se nos hincha el pecho cuando cantamos “Madera de guerrero”.

El problema no es que las universidades ya no sean A, B, C y Z: el problema es que ahora tienen la lógica de una empresa y los alumnos son vistos como clientes. Que alce la mano la que diga que no.

Como dice Silvio, “¡el problema vital es el alma! El problema es de resurrección”. Y tiene razón el poeta: porque a estas alturas el problema ya no son ellos: lo somos nosotros.