Lula afirmó ayer que el dinero depositado en fondos de pensión lo obtuvo en conferencias que dictó dentro y fuera del país.

Lula a las puertas de Brasilia o de la carcel

Lula fue condenado la semana pasada por el juez Sergio Moro a nueve años y medio de cárcel como propietario de un apartamento tríplex en el balneario de Guarujá (Sao Paulo), ofrecido por la constructora OAS a cambio de su influencia para obtener contra

Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva tiene una obsesión: volver a presidir Brasil en el 2018, pero el camino se retuerce cada vez más para el patriarca de la izquierda latinoamericana, condenado por corrupción y atrapado en un laberinto judicial que puede llevarlo a la cárcel.

“El círculo se está cerrando sobre Lula”, valoró el analista político David Fleischer, profesor emérito de la Universidad de Brasilia, al día siguiente de una manifestación convocada en su favor por el Partido de los Trabajadores (PT), que solo consiguió movilizar a unos cuantos miles de partidarios.

Lula fue condenado la semana pasada por el juez Sergio Moro a nueve años y medio de cárcel como propietario de un apartamento tríplex en el balneario de Guarujá (Sao Paulo), ofrecido por la constructora OAS a cambio de su influencia para obtener contratos en Petrobras.

Moro decretó además esta semana el bloqueo de todas las cuentas bancarias y bienes del exmandatario de izquierda, incluyendo dos planes de jubilaciones que sumaban 9 millones de reales (2,8 millones de dólares al cambio actual).

El magistrado, erigido por muchos en símbolo de la lucha anticorrupción en Brasil, convocó al expresidente, que niega todos los cargos, a un nuevo interrogatorio el próximo 13 de septiembre por la segunda causa de las cinco que enfrenta, aunque la audiencia podría efectuarse por teleconferencia.

Argumentando que pretendía evitar el “trauma” de arrestar a un exjefe del Estado, Moro autorizó a Lula a recurrir su primera condena en libertad, dejando su futuro en manos de un tribunal de segunda instancia con sede en Porto Alegre.

Las miradas están puestas ahora en los tres jueces de esa corte, que podrían abrirle las puertas de Brasilia o de la cárcel, en una decisión que, según los expertos, demorará alrededor de un año.

“Lula está tratando de mantener una imagen positiva para la elección de 2018, pero eso es cada vez más difícil”, añadió Fleischer, en referencia a los comicios generales previstos para octubre del año próximo.

Pero Lula no se ha quedado callado. El histórico líder sindical sabe lo que es recorrer un camino improbable para llegar al Palacio de Planalto. Y a los 71 años ha desempolvado sus viejas armas.

Hiperactivo y con la retórica en forma, no ha dejado de denunciar la “masacre” de la que afirma ser víctima para apearle de una carrera electoral en la que es el favorito, según los sondeos.

“Como no consiguen derrotarme en la política, me quieren derrotar con procesos”, lanzó con su voz rasgada en la manifestación convocada en su defensa el jueves en Sao Paulo.

“Lula quiere mantener al PT vivo y sabe que en las condiciones actuales, con varios exdirigentes presos, él es responsable de lograrlo y se mantiene en el combate”, dijo André César, analista de la consultora Hold, en Brasilia.

La investigación Lava Jato, sobre los sobornos en Petrobras, y la derrota histórica en las municipales de octubre completaron una tormenta perfecta para el PT, de la cual la cúpula (y él mismo) solo ven una salida: Lula. “Todavía tiene cartas en la mano, pero pocas: cuenta con la militancia, que se redujo, y con partes de las clases más bajas que ascendieron con su gobierno y que están con nostalgia”, opinó César.

Líder en intención tanto de voto como de rechazo para unos comicios en los que ni siquiera sabe si podrá presentarse o si los verá desde prisión, ha dejado claro que no piensa parar ahora. “Podría quedarme quieto, pero la política es afrodisíaca”, afirmó en una conversación con periodistas difundida por Internet.